Durante los primeros años de la crisis económica y financiera, cuántas veces escuchamos o leímos que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades, una expresión que distribuía la responsabilidad de la recesión de manera anónima y equitativa entre la población, señalando un punto de referencia para la penitencia colectiva por los excesos cometidos.

Con el afloramiento de los múltiples casos de corrupción, despilfarro y nefasta gestión del dinero público repartidos por la geografía española, se hacía evidente que la participación ciudadana en la deriva no había sido general y proporcionada, y que en buena medida tenía más relación con la codicia y la indecencia que con la imprudencia.

En la actualidad, parece tener bastante presencia el eslogan Lo quiero, lo tengo, promoviendo un pensamiento en torno al consumo que, mal entendido y gestionado, no conduce a nada bueno. Y qué decir si se traslada al terreno de las apetencias sexuales, donde las personas no son objetos.

La creciente irritación de los países de la Unión y el desgaste debido a la torpe gestión compartida por el Gobierno y el Parlamento británicos, están convirtiendo la cuestión del Brexit en un espejo de la erosión de un proyecto que había ilusionado a generaciones de ciudadanos. Todo esto ocurre en vísperas de unas elecciones al Parlamento europeo en las que se anuncia el crecimiento de los populismos euroescépticos y se echa en falta un liderazgo político y moral sólido de la Unión.