Urge que retiren los carteles electorales porque causa aprensión ver, mecido por el viento, a Pablo Casado, colgado en una farola en todos los sentidos. Prolonga la desgracia, como si no hubiera sido suficiente su imagen en la medianoche del domingo, como un viudo repentino, entre un fraterno Adolfo Suárez, circunspecto, y el cuñado Teodoro García Ejea, que nunca fue de muchos funerales. Bajen los carteles, termine el ensañamiento que evoca la suerte de Espartaco (el esclavo, no el torero).

Hecha la autocrítica, el campeón de Melilla ha reseteado su liderazgo con el lema "centrados en tu futuro", y ya que guardan silencio con dientes de rencor y de sonrisa, todos los urgentemente desplazados por la animosa pandilla de Génova que compitió en españoleo cañí con el patriotismo legionario, por favor, que alguien haga un piadoso descendimiento de carteles del exangüe, hace dos días, esperanza; hoy, papel reciclable.

El otro perder, el de Pablo Iglesias, fue definido como "suficiente" por él mismo, y a otra cosa, mariposa. Se notó menos porque no venía del subidón sino de una campaña contenida, pidiendo debate en un formato tan inadecuado para ello que las ideas parecían huevos cocidos cúbicos.

Por eso, después de las serenas y acertadas llamadas a hacer propuestas y compararlas y con el patrimonio en urnas muy menguado, el líder de Podemos pidió virtudes tan templadas como la discreción mientras negocia en favor de un gobierno y la paciencia con el tiempo que ello lleve. Es el entierro de aquella transparencia en tiempo real y con reojo a cámara que le llevó a las instituciones.

¿Vamos a criticar el sosiego como criticamos la ansiedad?

Claro que sí.