En mi opinión, la Gioconda es inmunda e indigna de Leonardo, y ahora además pueden denunciarme por afirmarlo sin respaldo fáctico. El Ipso u Organización de los Estándares de la Prensa Independiente británica, el guardián de los perros guardianes, ha sancionado al inevitable Boris Johnson por los datos falsos deslizados en un artículo de opinión publicado en el Daily Telegraph. La pieza se refería casi obligatoriamente al Brexit, y concluía que "el abandono de la UE sin acuerdo es la preferida en los sondeos por los ciudadanos británicos". Las encuestas aludidas no existían, ni el autor ni el periódico pudieron encontrar una fuente que respaldara una columna que la cabecera se limitó a defender como "claramente cómica y encaminada a desatar la polémica".

Se imponen dos salvedades. Si cada artículo de opinión publicado en la prensa española fuera sometido a inspección y obligado en su caso a rectificar "porque no se ha encontrado ningún sondeo que privilegiara una opción sobre otra", según le ocurrió a Boris Johnson, los medios de comunicación se verían inundados de correcciones. Ha llegado el momento de confesar que la insensata persecución de las fake news como si fueran novedad y no hábito olvida que el auténtico foco de mendacidad reside en los reductos de opinión.

La segunda consideración conmoverá especialmente al gremio de creadores de opinión. Johnson cobra la friolera de seis mil euros por cada uno de sus artículos semanales. Es una cifra que en España encaja dentro de las tarifas habituales, pero que debe considerarse muy respetable en la tacaña prensa británica. La reputación del antiguo alcalde de Londres y ministro de Exteriores no ha sufrido por el incidente. Al contrario, el barullo ha reforzado su estampa de incorregible. Además, mientras la afición estaba escandalizándose, el político conservador ya ofrecía un nuevo espectáculo al declarar erróneamente sus propiedades.

El aspecto más grave de la denuncia pionera a un articulista de opinión por inexactitud radica en la identidad del denunciante. Se trata de un lector estupefacto por las afirmaciones, lo cual demuestra que no leía con frecuencia a Boris Johnson. De todas formas, esta traición quiebra la corriente de complicidad entre un columnista y su público, donde el primero también disculpa los lapsos de desatención y distracciones de su público. Está bien "responsabilizarse de la exactitud de los datos", como exige el Ipso, pero una guerra de denuncias cruzadas entre lectores y escritores no contribuirá a preservar la sagrada misión del periodismo. Ni siquiera a seis mil euros la pieza.