Nuestro país, España, siempre se debatió, al igual que el to be or not to be sheasperiano, entre el cambio o la tradición. Llega a ser un problema de connotaciones patológicas rayando la esquizofrenia. Somos un pueblo solidario, vehemente, emotivo que busca un futuro, un cambio, y al mismo tiempo, en lo profundo de nuestra personalidad, surge el miedo que nos atenaza y que desdobla el otro "yo". Y digo esto porque el resultado de las elecciones fue aplastante si sumamos todos los votos a favor de un cambio de rumbo de la política tanto en clave nacional como de comunidades autónomas. El mensaje ha sido directo y contundente para gran parte de los que quieren entender. Se votó el diálogo para unir y no para separar. Pero ya surge la otra personalidadad, la que no acepta el resultado, o lo que es peor, se autoengaña e intenta mantener la crisis peligrosa que veníamos arrastrando haciendo una lectura errónea, y es que la opción ganadora, y de forma clara, pacte con los que han perdido.