Diez bancos de todo el mundo, entre los que se encuentran los de mayor peso del mundo de las finanzas, han coincidido en sostener que el pacto más deseable para la economía „léase política„ internacional sería el del PSOE con Ciudadanos, y el que conlleva más riesgos el de los socialistas con Podemos. De hecho, en los países de mayor tradición de diálogo y pacto, como es Alemania, no se entiende que en las actuales circunstancias de crisis del modelo de Estado, y tras el resultado de las elecciones con un Congreso fragmentado como nunca, ni siquiera se considere el acuerdo entre las dos primeras formaciones políticas „primeras teniendo en cuenta tanto la historia de los gobiernos constitucionales como el número actual de escaños„, es decir, Partido Socialista Obrero Español y Partido Popular. Incluso abriendo la mano a un pacto en el que también entrase Ciudadanos y, de ser posible, Podemos. Con sólo los dos o los tres primeros, se estaría ya en condiciones suficientes para que se pudiese emprender la reforma, cada vez más inaplazable, de la Constitución.

Por desgracia, el argumento más rimbombante y sonoro ofrecido como mantra para resolver el problema del soberanismo catalán, el del diálogo, se entiende de forma harto limitada: diálogo sólo entre dos „los independentistas y quien mande„ y nada más que para lograr el referéndum que cada vez con más fuerza se entiende desde las filas soberanistas como un fin en sí mismo y no como un medio. ¿Diálogo? Por supuesto. Pero el más lógico y deseable sería el que se diese entre las fuerzas políticas con mayor peso en número de escaños.

¿Qué impide un pacto entre socialistas y populares? Sobre todo, los aprioris ideológicos, la falta de una tradición de acuerdos de verdad más allá de las posturas cerriles al estilo del "no es no" tan grato en la boca de Sánchez y Rivera. El primer mensaje que enviaron los militantes socialistas más comprometidos, aquellos que acudieron a la sede madrileña de la calle de Ferraz en la noche electoral, fue negativo: no a un pacto con Ciudadanos. Claro que esa misma negación la había repetido hasta la sociedad Albert Rivera durante la campaña electoral y hasta en el debate entre los candidatos ante las cámaras televisivas.

Si no sabemos tener un Gobierno de coalición, el que sea, tal y como nos indica la historia de la joven democracia española, entonces tal vez el problema no sea sólo constitucional. Iría más allá, hasta la propia cultura política „la de la polis, es decir, la de nosotros los ciudadanos„, instalándose en el fundamento mismo de la convivencia. Hay que reformar la Carta Magna, sí, pero sobre todo hay que enmendar la práctica de los instrumentos de gobierno que tendrán que aparecer sea cual sea el texto de la nueva Constitución. O aprendemos a decir "sí es sí", o nos va a ir muy mal ahora que las mayorías absolutas son cosa del pasado.