Saludos en un 8 de mayo en el que quiero compartir con ustedes mis ideas sobre el daño que la cultura del presentismo, o del mero presencialismo, está trayendo a nuestra sociedad. Y no me refiero a esa corriente filosófica que afirma que el presente es lo único que verdaderamente existe, mientras que pasado y futuro son irreales, conectando con Einstein-Lorentz, espacios de Minkowski y otros elementos de la Física Moderna que muchas veces, de alguna manera, hemos traído aquí.

No, en una clave mucho más prosaica, con estos términos aludo hoy al planteamiento tan generalizado en nuestro contexto de que lo que importa es echar horas en la empresa, independientemente de que en ellas perdamos o no el tiempo. Una realidad bastante más superada en otros lugares, en el que el análisis de competencias y la gestión por objetivos están mucho más generalizados. Aquí no. Como me dijo hace tiempo una responsable de la gestión de personas dentro de un organismo público, "sí, una vez oí algo de eso en un cursillo".

El caso es que el presentismo está presente en otros foros, lastrando muchas veces también los esfuerzos del docente por llevar a buen puerto el desempeño de algunos de sus alumnos. Curioso, porque aquí el esfuerzo personal es clave, y el hecho de estar en clase no asegura, ni mucho menos, el saber. Y es que, sin duda, pueden explicarte mil veces cuál es la concentración en el equilibrio de una determinada especie química a partir de las concentraciones iniciales de reactivos y la constante de la reacción, o realizar el análisis sintáctico de diferentes oraciones, que si no dedicas un rato tranquilo a intentar esnafrarte tú mismo contra tales retos intelectuales, no observarás las aristas de los mismos, pudiendo aprender de tus errores. Y, muy probablemente, en el momento decisivo estas salgan a la luz y no seas capaz de completar los ejercicios propuestos.

¿Y qué tiene que ver esto con el presentismo? Pues muchísimo. Hay quien piensa que, únicamente acudiendo a clase, llega. Y no. El trabajo personal es fundamental en la consecución de los objetivos presentes en cualquier proceso de aprendizaje, exactamente igual que solamente con no faltar al puesto de trabajo, poco hace uno. Es importante focalizar en la calidad de lo hecho, y en las actitudes y aptitudes precisas para poder realizar la tarea encomendada. Si no, mejor quedarse en casa.

No les parezca baladí esta cuestión. En la recurrente polémica sobre los deberes, creada desde fuera de la Academia, hay algo de esto. Yo soy de los que creen que, independientemente de dónde se verifique tal cuestión, es fundamental tal cuota de trabajo personal del alumnado. No sé si en casa o en la propia escuela, dependiendo de la carga lectiva y de otras circunstancias del grupo y personales, fomentando dinámicas como la "clase invertida" -más conocida por el término inglés Flipped Classroom-, en que el recurso más escaso -el docente- se centra en la resolución de dudas y problemas una vez atendida la explicación mediante recursos multimedia, frecuentemente fuera del aula. Pero lo que está claro es que, independientemente del tiempo de la explicación y de atención por parte del docente, es el que comienza a conocer los rudimentos de una determinada teoría el que tiene que sincerarse ante ella, y conocer de forma pormenorizada sus detalles. Si no, no hay mucho más recorrido que el olvido o la falsa sensación de comprender, sin la "gimnasia" necesaria en la aplicación de muchos de sus claves.

Anteayer, sin ir más lejos, invité a un alumno a tomar alguna nota mientras tratábamos de resolver algunos ejercicios, para luego poder pensar sobre ellos. Me dijo que no. Le planteé entonces que el conocimiento no surge por ciencia infusa, ni la transmisión del mismo se verifica solamente con una explicación en el aula. Educar - ex duco, del latín duco, ducis, ducere, duxi, ductum- es extraer del alumno la capacidad, las aptitudes y las actitudes para abrazar el conocimiento. Y con una postura poco activa del mismo, meramente presentista, perdemos todos el tiempo. Se trata de entender, de recrear, de tener criterio propio, de ver los goznes de cada teoría, de proponer cambios, de disfrutar con lo hecho y, si es posible, hasta de reinventarlo. Creo que esta actitud ya es posible en la Educación Primaria, por mucho que a algunos les pueda sorprender esta afirmación. No les cuento, ya, en el Bachillerato o en la Universidad. Y es que lo que no es aprendizaje activo, para mí, no tiene color. Fíjense que hasta puedo comprender al alumno citado, entonces, en su supino aburrimiento, surgido del presentismo.

Hay más derivadas en ello. Hay quien utiliza las titulaciones solo para trufar un currículo de hitos más o menos luminosos, sin más. Solamente así se comprende cierto mercadeo de títulos, que ha sido objeto de polémica y de investigación, y al que se han apuntado desde determinados espacios donde el vacío se suele llenar con humo. En el fondo, más idea de presentismo académico, en el que lo que importa es estar, por encima de todo. O decir que se está, aunque no se esté, rizando el rizo de lo impostado... Presentismo académico en estado puro que, como parte de un presencialismo más generalizado, sigue cercenando nuestras posibilidades como sociedad.