Me refiero a Donald a Trump, un presidente errático e imprevisible que nos está complicando la vida a todos a pesar de que no hemos tenido la oportunidad de votarle. Que sus originalidades y salidas de tono las sufran los norteamericanos es lógico pues son ellos los que le han elegido. El problema es que también las sufrimos los demás.

Una vez conocido el Informe de Robert Mueller que dice que no ha visto "colusión" entre Rusia y el presidente o su equipo (pero que no descarta diversos casos de obstrucción a las investigaciones), Trump se ha lanzado a una política exterior muy agresiva que probablemente no responde a los intereses ni de su país ni del mundo, sino a sus propias ocurrencias y a estrechas consideraciones electorales que tienen que ver con sus expectativas de ser reelegido para otros cuatro años al frente del país más poderoso del mundo, algo que hoy parece muy posible porque la economía norteamericana va como un tiro, el desempleo está en mínimos históricos y porque el partido Demócrata no ha encontrado todavía un candidato fuerte para oponerle. Se me ponen los pelos de punta al pensar en cuatro años más con este hombre en la Casa Blanca. Y si al final continúa es porque sus compatriotas lo habrán querido. Y que se fastidie el resto del mundo, que no habrá podido opinar.

Nos complica a todos la vida porque pone en riesgo la paz y nuestra seguridad, hace daño a nuestras empresas, disminuye las expectativas de crecimiento global, no combate el calentamiento global ... y podría seguir, aunque todo eso a él no le importe. Para forzar a China a disminuir su superávit comercial le sube del 10 al 25% los aranceles sobre 200.000 millones de dólares de importaciones en vísperas de una ronda de negociación que ofrecía buenas perspectivas para tratar también otros temas que nos afectan a todos como propiedad intelectual, acceso a mercados o sistemas regulatorios. Trump acostumbra a aumentar la presión antes de comenzar a negociar con objeto de imponer sus condiciones y por eso reniega de acuerdos internacionales y de organizaciones internacionales, que a su juicio limitan su capacidad de maniobra. Prefiere negociaciones bilaterales, uno a uno, en las que puede imponer la fortaleza norteamericana sobre cualquier interlocutor. El suyo es el mundo de América primero y mis intereses por delante de todo y de todos, el mundo donde el pez grande se come al chico, el mundo de la realpolitik más descarnada. El pleito comercial entre las dos mayores economías del mundo ralentiza las expectativas de crecimiento global de la economía y del comercio y como consecuencia nos empobrece a todos, que nada tenemos que ver con esa disputa.

Ahora Trump ha decidido enviar una fuerza aeronaval de combate al Golfo Pérsico porque dice que Irán podría tratar de cerrar el Estrecho de Ormuz, por el que circula el 30% del petróleo embarcado, como represalia por la decisión norteamericana de impedir sus exportaciones de crudo a pesar de que la ONU dice que Teherán cumple con los compromisos adquiridos en el Acuerdo Nuclear. Un acuerdo que hace Oriente Medio más seguro y que Estados Unidos han denunciado unilateralmente hace un año sin respeto por la opinión de los demás signatarios. Hay tanta desinformación en este asunto, tanta política interior norteamericana, tanto entendimiento bajo la mesa con Israel o con Arabia Saudita que uno no sabe lo que de verdad hay de cierto y de inventado en las acusaciones de Washington contra un país tan poco simpático como el Irán de los ayatolás. Teherán ha respondido con una "reducción de su compromiso" con el Acuerdo y con la amenaza de reactivar en 60 días una parte de su programa de enriquecimiento de uranio. Se imponen los halcones de Washington y de Teherán, la tensión crece y puede saltar la chispa que nos lleve a otra guerra.

En Iberoamérica Trump completa el trabajo de Nicolás Maduro, otro impresentable que parece empeñado en destruir la economía venezolana, prohibiendo sus exportaciones de petróleo a EEUU (300.000 barriles diarios) y no dejándole otras opciones que exportarlo a Rusia o China que solo le pagarían un 30% de su valor porque adjudicarán el resto del precio a la amortización de las cuantiosas deudas venezolanas. Sin gasolina y sin dinero no habrá electricidad y el país se hundirá aún más. Trump también amenaza con invadir Venezuela ("todas las opciones están sobre la mesa" dice Bolton) como si fuera Grenada o Nicaragua y olvidando su nefasta experiencia iraquí. Sería un gravísimo error que todo el mundo condenaría porque esa crisis exige una solución política.

Y con Cuba Trump ha desempolvado la vieja Ley Helms-Burton de 1996 que ningún presidente se había atrevido a aplicar y que patea a La Habana en los traseros de los inversores extranjeros „y particularmente españoles„ en la isla. En este caso son los votos de Florida lo que Trump tiene en la mente. EEUU ha cogido la nefasta costumbre de decidir por sí solo una política (sanciones a Irán o a Cuba) y luego imponérsela al resto del mundo, violando el Derecho Internacional y sin importarle lo más mínimo lo que ese resto del mundo opine.

¡Nos tiene contentos! No le bastaba con desacreditar a la OTAN, apoyar el Brexit, poner aranceles a nuestras exportaciones... Lo último ha sido su oposición a que el Consejo Ártico reconozca el problema del calentamiento global en su reciente reunión en Finlandia.

Lo dicho, este hombre es un peligro público.