El corredor intempestivo trota al ritmo pesado y regular de sus zancadas a través de la sinuosa línea de costa. A estas horas, el paseo marítimo no suele estar muy concurrido. Hace poco que el sol ha caído sobre el horizonte. Por el momento, no llueve. La música irriga su cerebro con las notas livianas del piano de Bill Evans; en otro momento del día el tráfico violento de la ciudad le impediría escuchar nada. Ahora, la melodía parece emanar del propio paisaje o construirlo a medida que el corredor avanza hacia su meta lejana. Sus pensamientos se adaptan al pulso de la música y de su respiración, de su lenta carrera de cuarentón poco avezado en la épica del deporte. El corredor intempestivo corre más con la cabeza que con las piernas. Y piensa en ciertas cosas que ha leído o escuchado en los últimos días y que, de alguna manera, han debido de permanecer emboscadas entre el espeso follaje de los asuntos que reclaman su atención cada día, ya sea en casa o en el trabajo, quizá en el bar; no se le ocurren otros espacios, a misa no va. Ahora recuerda que estos días ha visto muchos niños disfrazados con sus vestiditos de primera comunión, como si fuesen fantasmas de niños antiguos, él mismo en una de sus vidas pasadas. Hay ritos que permanecen, a pesar de todo lo que los periódicos han desvelado acerca de esta institución y su agitada, por decir algo, relación con la infancia; a pesar del descreimiento generalizado de muchos de esos padres que en realidad solo pisan las iglesias por el pintoresquismo social que aporta a sus bautizos, bodas y comuniones. En ocasiones, un cruce o un semáforo en rojo le obligan a interrumpir la cadencia de su intempestiva carrera. Detenido en mitad del paisaje urbano, el corredor se siente algo ridículo con sus peludas piernas al aire fresco del anochecer, mientras trata de mantener la actividad muscular con una sucesión de breves saltos sobre la acera. ¿Mato por Coruña?, lee en un cartel de propaganda electoral. El juego de palabras con el apellido de la candidata a la Alcaldía le parece de una frivolidad palurda, en consonancia con el discurso político de ciertos partidos. La luz verde lo pone de nuevo en movimiento. Hay una suerte de corriente en su país, piensa, quizá en el mundo entero, en contra de la inteligencia, una exhibición obscena de vulgaridad y blandura intelectual. Pero la política es solo un reflejo de todo cuanto el corredor ya ha observado antes en otros ámbitos, incluido el de la llamada cultura. Aprieta ahora el paso, en vano trata de sacudirse tan sombríos pensamientos. Pasa junto a otra valla publicitaria, en esta ocasión de una conocida cadena de supermercados; lee: Somos o que facemos! La publicidad se contesta a sí misma, piensa. Caen las primeras gotas. La misma lluvia de siempre.