Hace unos cuantos años, cuando ni siquiera escribía ni tenía visos de hacerlo; consideraba que el diecisiete de mayo era un día fantástico por el mero hecho de ser festivo y de no tener que ir al colegio. Me traían sin cuidado Castelao, Cunqueiro o Neira Vilas y, por supuesto, las únicas obras que me interesaban mínimamente eran aquellas que en el colegio nos obligaban a leer con el „para mí„ único fin de superar un examen.

Con el tiempo comencé a escribir, como decía el gran Celso Collazo, para afligir al confortado y para confortar al afligido? Y, a partir de ahí, empecé a valorar sobremanera la literatura, no solamente por lo bien o mal escrito que pudiera estar un texto, sino porque comprendí que tras él se escondía un pensador; alguien que había decidido parar un momento para observar el mundo y, desde su prisma acertado o desacertado en mayor o en menor medida, explicar unos hechos al mundo arriesgándose a ser valorado o despreciado.

Y entre escrito y escrito, y lectura y lectura; cayeron en mis manos joyas familiares como el Tío Pepe, un diario de la comarca de A Fonsagrada en el que más de uno de mis ancestros, pertenecientes a la llamada alta burguesía, escribía en gallego y lo hacía bajo pseudónimo? Porque escribir en nuestra lengua madre, a finales del siglo diecinueve y comienzos del veinte, no solamente estaba mal visto, sino que también podía acarrear serios problemas colaterales.

La lengua gallega ha sido durante siglos pisoteada y ninguneada. Grandes intelectuales o incluso genios como Rosalía de Castro, tuvieron que enfrentarse a una sociedad que se avergonzaba de sus orígenes y que relegaba su uso a las aldeas y a los que consideraban ignorantes o paletos? Y así vivimos muchas décadas.

Las instituciones, los colegios e institutos y hasta ciertos progresistas criticados, lucharon con uñas y dientes por implantarlo para no dejarlo morir, mientras que una buena parte de la clase media se rebeló contra ello? Y, como siempre, se volvieron a crear dos bandos: el de los simpatizantes de la oficialización de su uso y el de los detractores?, siendo absurdamente considerado „a grandes rasgos„ el primer grupo votante de la izquierda y el segundo, de la derecha.

Tenemos una lengua rica y valiosa, cantarina y amable, simpática y amistosa; pero una buena parte de nosotros no sabemos hablarla correctamente porque jamás la hemos practicado y, a diferencia de vascos o catalanes, no tenemos la menor intención de hacerlo. Nos avergonzamos de nuestras raíces, algo tan sucio y oscuro como renegar de los propios orígenes por considerarlos poco, o por temor a ser juzgados.

Desde aquí, me van a permitir que les dé un fuerte abrazo a los que honraron la lengua contra viento y marea, a los que luchan por mantenerla viva e incluso a los que la critican hasta la saciedad. Gracias a todos ellos, yo la quiero cada día un poco más y, lamento en el alma, no haberla aprendido mejor? Al menos, para tener la posibilidad de decidir „o no„ utilizarla libremente, sin prejuicios ni críticas trasnochadas.