Tienen, casi siempre, un algo de ínsula, de lugar aislado del tiempo y también del espacio. Los museos celebran hoy su Día Internacional, y no sé si celebrarlo, porque tiene uno muy considerado aquello de que las cosas que necesitan días internacionales son las que corren algún peligro más o menos inminente. Pero quizás hoy, por ser su día, por estar hablando de ellos y por aparecer en los diarios y en los telediarios, los museos se llenen de gente que va y viene, que mira y comenta, que disfruta del arte y de la belleza y descubre que hay algo más allá del ajetreo.

Los museos de hoy son la consecuencia de aquellos gabinetes de curiosidades o "cuartos de maravillas" donde la nobleza europea de los siglos XVI al XVIII coleccionaba y exponía objetos exóticos que se hacían traer de todos los rincones del mundo. Hubo algunos que exhibieron, orgullosos, auténticos esqueletos de animales míticos y delicadas ampollas con genuina sangre de dragón, entre otras exquisitas rarezas.

Vayan hoy a buscarlas, adelántense un rato, unas horas, huyan del mundanal ruido y sigan la escondida senda, ya saben, el buen Fray Luis siempre tuvo razón. Acérquense al que les pille más a mano o hagan del museo el pretexto del viaje. Vayan hasta Berlín para comprobar que es cierto que Nefertiti es la berlinesa más hermosa, y que cada día lo es un poco más. Y hasta el Museo de Historia Natural de Viena para enamorarse de la Venus de Willendorf y comprender que el arte alcanzó su absoluto ya desde el principio. Y a la National Gallery de Londres para que Van Gohg aparezca, de pronto, en una sala y te conmueva, y Velázquez, desde la contigua, enseñe cómo debe la belleza mirarse al espejo. Y al Prado, a encontrar en las obras de Lucas Cranach el Viejo aquellas serpientes aladas que pintaba como firma de sus cuadros, con las alas hacia arriba, hasta que la inmensa tristeza que le produjo la muerte en 1537 de su hijo Hans le hizo representarlas con las alas bajas, en horizontal, hasta el fin de sus días. Y al MOMA, a extasiarse con Les Demoiselles d'Avignon, de un tal Picasso, y al Louvre a encontrarse a los pies de la Victoria de Samotracia justo en el momento en que emprende el vuelo. Y a cualquier otro que se le ocurra, de su ciudad o de su pueblo, y protejan así la belleza. Porque ahora, cuando nos exigen que todo sea útil y eficaz, es cuando hace más falta, porque la belleza no tiene más protección que la propia belleza.