Aunque pudiera parecer lo contrario, la claridad de ideas no goza de muy buena prensa. Perece que son más los que se fascinan por un pensamiento difícilmente comprensible que por una idea tan claramente expuesta que no deje margen alguno a la duda. La razón de ello es que no son pocos los que equiparan el pensamiento oscuro al profundo y el claro a lo superficial.

En efecto, en una entrevista decía el filósofo Mario Bunge que Heidegger fue un pillo que se aprovechó de la tradición académica alemana, según la cual lo incomprensible es profundo. Como prueba de que esto fue así, Bunge citaba las siguientes frases del filósofo alemán: «El ser es ello mismo» o «El tiempo es la maduración de la temporalidad», que son expresiones que no significan nada, propias de un esquizofrénico (Bunge habla de «esquizofacia»), y que, como la gente no las entiende, piensa que deben referirse a algo muy profundo.

Pío Baroja escribió que "la claridad en la ciencia es necesaria; pero en la literatura, no. Ver con claridad es filosofía. Ver claro en el misterio es literatura. Eso hicieron Shakespeare, Cervantes, Dickens, Dostoiewski?" Lo cual, a mi entender, es pronunciarse a favor de la claridad porque cuando ésta se vislumbra en el misterio se entra en la literatura.

Por su parte, Ortega y Gasset afirma, en su obra ¿Qué es filosofía?, que «la claridad es la cortesía del filósofo». Fiel a esta máxima expone en todos sus escritos su denso pensamiento de un modo tan accesible que lo hace compresible incluso para quienes no tengan mucha idea de filosofía. Lo cual, aunque parezca lo contrario, solo está al alcance del verdadero maestro.

No comparto en modo alguno la opinión „más extendida de lo que parece„ de los que equiparan lo incomprensible a lo profundo y lo claro a lo superficial. Para mí, lo incomprensible es simplemente eso: algo que no se entiende. Y cuando un pensamiento no es entendido por los que deberían comprenderlo, es que está oscuramente concebido; por tanto, solo puede ser confusamente transmitido; y, como consecuencia de ambas cosas, es imposible que sea rectamente percibido por sus destinatarios. En lo único que coinciden el pensamiento incomprensible y la profundidad es en la oscuridad que rodea a ambos.

En cuanto a la citada frase de nuestro genial filósofo, se ha dicho (Álvaro Bastida) que Ortega utilizaba la belleza de sus palabras y la claridad de sus ideas para seducir al lector, y poder conducirlo acto seguido hacia los terrenos más ásperos y profundos de la filosofía. Pero me permito la osadía de matizar que la claridad es algo más que un acto de cortesía; dentro del nivel propio de cada materia académica, expresar con claridad el pensamiento es algo más que un «acto de atención, respeto o afecto» del pensador hacia su público. Es un deber, una obligación; y no solo del filósofo, sino de todos aquellos que tienen que explicar ideas a los demás, ya sean propias o ajenas. Tratar de ser claro es un comportamiento al que vienen obligados todos los docentes, y que no puede ser omitido pretextando la supuesta profundidad del pensamiento. Porque quien no es capaz de explicar algo claramente es porque él mismo no lo comprende bien. Por eso, para iniciar el camino hacia la claridad, tal vez deberíamos empezar por sustituir la pregunta: ¿me entienden? „que solemos hacer y denota prepotencia„, por la más humilde de: ¿me explico? Lo malo es que más de una vez nos dirían que no.