La intensa etapa electoral, a punto de concluir, ha dejado las estructuras municipales pata arriba, que sus eventuales inquilinos no suelen poner en orden porque se consideran productores del caos. Vivimos una política de ocasión y nada extraña que cualquier gobierno que se dibuje en el futuro inmediato, incluido de coalición, su acción política será convencional en los cien primeros días de cortesía política. La primera medida, que se acostumbra poner en marcha será la remoción de la administración local; se incrementará la burocracia y no se dudará en colocar a amiguetes y a descartes electorales. Si es bigobierno, se tratará de disimular que, entre los dos líderes respectivos, no existen vínculos de confianza y, además del acomodo de afines, se abultará sustancialmente la nómina de Concejalías. Son hechos probados en experiencias anteriores. Además de lo que popularmente se conoce en la jerga como "reparto del botín", el primer objetivo que se ofrece como proyecto es el de avanzar sobre la sociedad civil, fenómeno que conduce a un estado de ensoñación a la ciudadanía. Arrumbados ya los discursos apriorísticos, los nuevos gobernantes se toparán con el rubor o el conflicto intelectual de haber sustituido la verdad por el chispazo mediático, y que el cambio prometido no resiste el empuje de la realidad. Los nuevos responsables municipales deberán archivar el diálogo entre amigo y enemigo de la lucha electoral, establecer la cordura y encauzar las relaciones institucionales, porque los proyectos se defienden mejor desde la razón que desde la ideología; es este el único método pragmático, para que el vecindario no pierda la fe en sí mismo. El lenguaje político y de algunos sectores de la comunicación social han de ser muy precisos, para que las palabras tengan su verdadera carga conceptual. Es una de las grandezas de la política, que su léxico no nos confunda porque, además, termina por arrinconar a quienes lo ponen de manifiesto.

Una plaga de pulgón afecta a los jardines coruñeses, cuyo mantenimiento mejorable continuaremos requiriendo. Nuestra Rosaleda debe renacer con su permanente voluntad de belleza e iluminar la melancolía de tantos hogares. La Rosaleda simboliza el testimonio del trasiego humano, del navegar sin descanso por todos los océanos. Allí, en los jardines de Méndez Núñez, se ofrece la flor autóctona de Galicia, la camelia, la flor de la amistad, de la esperanza.