Vivimos en una sociedad tan enferma en sus principios como confundida en sus valores. Formamos parte de un entramado de personas cuyo fin general consiste en llegar a gozar de una posición económica acomodada. El cómo lograrlo parece carecer de importancia para la mayoría.

Hay individuos que, en su deseo por medrar, son capaces de reírle las gracias al más estúpido. También existen personas que no tienen prejuicios a la hora de arrastrarse ante aquel al que consideran importante o, simplemente, bien relacionado. Los hay que rozan el servilismo hacia los que perciben como sus superiores y hasta conozco a algunos que „en su afán por intentar lograr que crezca su nada desdeñable montón„ hacen la pelotilla más descarada a la mano que esperan les ayude a comer más y mejor? Y, para ello, no suelen reparar en regalar a destajo, en buscar cualquier excusa para celebrar o en invitar sin mesura.

El colectivo anteriormente mencionado, desde mi punto de vista, ejerce una prostitución que poco difiere de aquella de tipo sexual que llevan a cabo ciertos hombres y mujeres. La única diferencia es que estos „casi siempre pobres diablos„ entregan sus cuerpos con el generalmente único fin de subsistir, mientras que los otros regalan su dignidad a la espera de verla recompensada por medio de trabajos o pelotazos por amiguismo. En cualquiera de ambos casos existe una venta de por medio. Los pobres diablos lo hacen para llevar comida a casa y el resto para poder comprarse, por ejemplo, un chalé. Sin paños calientes, porque en mi humilde opinión no son mejores unos que otros.

Y entre afán, búsqueda y práctica; todos se van olvidando de vivir. Dejan de recordar que lo único que merece la pena es lo que representamos cada uno de nosotros como ser individual y lo que, aunando nuestras fuerzas, podemos aportarle a esta sociedad podrida... Pero ellos no tienen tiempo para parar. En un caso hay prisa por comer y, en el otro, deseo por seguir comprando una felicidad ficticia.

Los seres humanos somos el todo y somos la nada, pero mientras vivamos en este planeta tenemos la obligación de dar ejemplo a los que vienen detrás. De enseñarles a ser y no solo a tener.

Quizás a muchos se les está olvidando, o simplemente nunca se han parado a pensar que el dinero es solamente el fin, ya que lo que de verdad enriquece al individuo decente, es el camino para llegar a conseguirlo. Cuanto más largo sea este y cuanto más cueste lograrlo; más orgullosos estaremos de nosotros mismos, mejor sabremos valorarlo y mucho más tendremos que contar a unos descendientes „moralmente bien formados„ que se sentirán siempre orgullosos de nuestros esfuerzos y logros.