Facebook y Google ya son peligrosamente grandes. Su gran volumen de negocio e influencia los ha convertido en la última semana en protagonistas de dos películas de terror basadas en hechos reales. Una sobre terroristas que usan internet a su antojo para emitir en directo a todo el mundo sus ataques y otra sobre abrumadores abusos de poder económico. La moraleja de ambas historias es la misma: los gobiernos tienen que romper el monopolio y embridar a los "godzillas" tecnológicos antes de que ni ellos mismos sean capaces de controlarse.

Nueva Zelanda es el escenario de la primera piedra en la que han tropezado Facebook y Google estos últimos días. Un terrorista de 28 años, Brenton Tarrant, retransmitió en directo en la red el momento en el que mató a 41 personas en la mezquita Al Noor de Christchurch. Pasó media hora hasta que las redes sociales eliminaran el vídeo de sus servidores. Para entonces, ya era viral. El terrorismo de hoy está diseñado para ser viralizado. Facebook dice haber borrado el vídeo 1,5 millones de veces y Youtube (propiedad de Google) recibía un intento de subir las imágenes cada segundo. El ataque estaba orquestado para que nadie pudiese detenerlo.

El tamaño de la plataformas digitales tiene mucho que ver en su incapacidad para actuar rápido un ataque así. Las tecnológicas ya han puesto al frente de la moderación de contenido a humanos para evitar los sesgos o "despistes" del algoritmo que filtra los contenidos violentos u ofensivos. Pero el volumen de producción de los usuarios (solo Facebook tiene más de 2.000 millones activos al mes) es tan grande que nadie puede inspeccionarlo todo por completo antes de que se emita al planeta entero. Lo ocurrido en Nueva Zelanda "muestra la facilidad con la que las plataformas más grandes todavía pueden ser mal utilizadas", apunta el senador estadounidense Mark Warner, muy activo contra los monopolios digitales.

La Unión Europea es la ubicación de otro de los episodios de la semana. La Comisión Europea ha impuso el miércoles una nueva multa a Google por su abuso de poder. 1.494 millones de euros por "abusar de su posición dominante" en el mercado publicitario en internet durante diez años mediante su plataforma Google AdSense. Google incluía "cláusulas restrictivas" en sus contratos de publicidad para "mantener a los rivales fuera del mercado", explica la comisaria de la competencia Margrethe Vestager. El gigante estadounidense controla, según Bruselas, el 90% de las búsquedas y más del 75% del mercado de la publicidad online de la UE. A lo que Google contesta: "Ya hemos realizado una amplia gama de cambios en nuestros productos para abordar las inquietudes de la Comisión; haremos más actualizaciones para dar más visibilidad a los rivales en Europa".

La factura de Google con la UE asciende a 8.240 millones en sanciones en apenas dos años. Bruselas es el ejemplo a seguir para Estados Unidos que, aunque muestra intenciones de controlar las compañías de Silicon Valley, no toma medidas concretas. Las voces críticas son muchas. David Cicilline, de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, ha pedido esta semana a la Comisión Federal que investigue a Facebook por violar las leyes antimonopolio por recopilar datos de los usuarios a través de las "puertas traseras" de otras aplicaciones.

"Hay que dividirlos". Así de contundente es Elizabeth Warren, la senadora demócrata de Massachusetts. "¿Les da curiosidad saber por qué creo que Facebook tiene demasiado poder?", tuiteó la semana pasada. "Comencemos por su capacidad de anular un debate que cuestiona si Facebook tiene demasiado poder", remató. La necesidad de control a los gigantes de Silicon Valley es un argumento compartido casi por unanimidad, pero ¿cómo hacerlo? "Si se toma la decisión de regular a Facebook, Twitter o Youtube, ¿cómo pueden esas plataformas regular su contenido cuando tienen aproximadamente dos mil millones de usuarios?", plantea el abogado británico Jonathan Compton.

La intención expresada por Mark Zuckerberg, creador de Facebook, siempre ha sido "unir personas". Ahora también quiere unir sus plataformas para crear un ecosistema común. Es decir, un "supergigante", el hermano mayor del Gran Hermano de Orwell. La idea es crear una infraestructura común para Facebook, Instagram y WhatsApp para compartir datos entre ellas. Con esta unificación sería posible, por ejemplo, poder escribirle un WhatsApp a un contacto de Instagram sin tener su número.

Estos planes preocupan a los gobiernos porque implicaría unificar los datos de todos los usuarios; es decir, afinar aún más su inventario detalladísimo de seres humanos. Muchos han apuntado a que la caída de la red social hace un par de semanas durante varias horas estaba ocasionada por esta unificación. Pero Facebook no ha anunciado oficialmente la unión de su ecosistema. Lo que sí ha hecho ha sido poner al frente de este proyecto, tras la dimisión Chris Cox, su jefe de producto, a un español, Javier Oliván.

Zuckerberg es consciente que esta medida le traerá problemas con la UE. La ministra de justicia de Alemania, Katarina Barley, ya advirtió que podrían saltar las alarmas antimonopolio. Quizá poner a un europeo sea su estrategia para tratar de llegar a un acuerdo. De momento, el creador de Facebook ya ha anunciado que reforzará la privacidad de las comunicaciones entre sus usuarios, haciendo que Facebook se vaya pareciendo más a WhatsApp. Pero, de momento, su poco respeto a la privacidad sigue siendo su gran punto débil: acaba de trascender que las contraseñas de Facebook e Instagram de 600 millones de personas que crearon su cuenta en 2012 están en peligro. La compañía las ha guardado en formato de texto plano (es decir, sin encriptar) y los empleados podían acceder a ellas sin problema. Aseguran que estas contraseñas "nunca fueron visibles para nadie fuera de Facebook" y, hasta la fecha, no han encontrado evidencia "de que alguien haya abusado internamente o haya tenido acceso indebido a ellas". Pero, aún así, aconsejan cambiar la clave de la red social.