Se acaba la temporada de reparto de folletos, acusaciones cruzadas y promesas de un futuro mejor. Aunque no lo parezca, hasta las campañas electorales tienen un final y todo indica que se aproxima un merecido período de tregua.

Pero, aunque nos quejemos, confieso que en la era de las redes sociales plagadas de vídeos y memes, en los tiempos del asesor de imagen y el mitin perfectamente medido para que el mensaje clave entre en el telediario de las dos, me consuela ver que la política municipal sigue teniendo un inevitable elemento que solo puede calificarse como artesanal.

Y, aunque nadie es tan suicida como para prescindir de la tecnología, lo cierto es que con las elecciones municipales se produce una primavera de la política local. En lo que no deja de ser un ejercicio de seducción, los candidatos y sus equipos salen de sedes y despachos a recorrer las calles, plazas y mercados, hablan con gente a la que no conocen, abrazan y se dejan abrazar, sonríen, escuchan, aguantan chaparrones de reproches y se personan a animar en cada evento deportivo. El puesto más representativo de la ciudad solo se alcanza con mucha cercanía, evidenciando que se es un vecino más.

Entre tantas películas y series sobre políticos que los dibujan como delincuentes, hay unas pocas que hablan del oficio de la política en un tono menos grotesco y algunas veces, incluso amable. Entre ellas, me viene a la memoria una pequeña joya de John Ford de 1958 llamada "El Último Hurra" en la que Spencer Tracy interpreta a un veterano alcalde que se presenta a las elecciones por última vez. Al invitar a su sobrino periodista a acompañarle durante la campaña electoral , nos invita a nosotros a dar cada paso al lado del candidato al que muchos califican de dinosaurio. Son años en que la televisión ha cambiado la forma de hacer política. Las viejas campañas están obsoletas. El viejo alcalde no podrá competir.

Su gran oponente es un joven que cuenta con el apoyo de la prensa y da bien en pantalla en anuncios televisivos en los que hasta el perro es de pega.

Pero el alcalde hace lo que siempre ha hecho, recorre la ciudad dando la mano, hablando con todo el mundo, cena con colectivos, recibe a la gente en su casa cada mañana, da discursos llenos de humor y es capaz de convertir el velatorio vacío de un mal hombre en un abarrotado acto en el que, además de presentar los respetos a la viuda, se hace campaña y hasta se reparten puros. Tiene tanto carisma que tras una breve conversación con uno de sus rivales políticos, se aleja dejándolo con la palabra en la boca, pero lo hace con tanto encanto que éste exclama: "¡Maravilloso!¡ Glorioso! ¡Con qué naturalidad te despacha!".

Aunque la película venía a decirnos que todo ha cambiado y que la política artesanal ya no tenía sentido, la realidad ha demostrado que el viejo alcalde tenía razón, y en pleno siglo XXI la forma de llegar a la alcaldía, además de llevar equipo y proyecto bajo el brazo, sigue siendo hablar con las pescantinas de San Agustín o Conchiñas, recorrer de la Falperra a Monte Alto pasando por el Agra y jalear al Dépor como si no hubiera un mañana. Una política de fuego lento y cercanía, necesaria y profundamente reconfortante.