Hace unos quince años murió un poeta al que yo había tratado bastante. En sus últimos años de vida, este poeta se vio involucrado „sin quererlo„ en una de esas absurdas batallas poéticas que se declaran de repente en el mundo de la poesía, que es un mundo tan endogámico y neurótico „y egomaníaco„ como los son los partidos políticos. Por causas que casi nadie recordaba ya, había estallado una guerra sin cuartel entre un grupo liderado por un editor y otro grupo liderado por un escritor que antes había sido muy amigo del primero. Un amplio grupo de escritores que hasta aquel momento habían formado una especie de hermandad masónica se separaron en dos bandos irreconciliables: el de los partidarios del editor y el de los partidarios del escritor. La disputa, que en un primer momento había sido simplemente laboral, pasó a convertirse en un enfrentamiento ideológico que al final degeneró en un agrio conflicto personal. Y la cosa empeoró cuando el editor y el escritor se embarcaron en un largo litigio judicial en el que las dos partes invirtieron un montón de dinero y las escasas reservas de cordura (y de ahorros) que les quedaban. Al cabo de un año o dos, el antiguo grupo de amigos (todos poetas y escritores) se había escindido en dos mitades incompatibles: no se hablaban, se cambiaban de acera si se encontraban por la calle y hasta habían llegado a repudiar las revistas y las colecciones poéticas en las que habían aparecido juntos.

Pero las dos mitades coincidieron en el cementerio el día de la muerte del poeta. Aquel día hacía un calor infernal. Mientras esperaban que llegase el furgón, los dos bandos se colocaron en el único espacio de sombra que había en la explanada del cementerio. Por supuesto, cada bando se situó en un extremo de la sombra para no tener que rozarse. Pero aquel día el furgón de las pompas fúnebres se retrasó, el sol fue ascendiendo en el cielo, la sombra de la tapia se fue haciendo cada vez más pequeña, y los dos grupos, apresados por la sombra menguante, tuvieron que ir acercándose más y más, hasta que el final tuvieron que mezclarse porque ya no había forma humana de mantenerse separados. Aun así, los dos bandos procuraron darse la espalda, silbar, mirar al suelo o levantar la vista hacia los altos cirros, hasta que por fin llegó el furgón con el ataúd del poeta y los dos grupos pudieron dispersarse y meterse en el cementerio cada uno por su lado.

Lo que pasó aquel día en el cementerio con los dos grupos de poetas se parece bastante al panorama político que han dejado las elecciones del 28-A. Por mucho que los dos bandos hayan gritado, se hayan calumniado y se hayan acusado de las mayores tropelías y calamidades, ahora tienen que compartir un exiguo espacio de sombra que cada vez se irá haciendo más pequeña. La situación económica no es buena. Es muy posible que otra grave recesión económica esté en camino. El dinero de las pensiones ha llegado al límite. Y por si fuera poco, España tiene que negociar la refinanciación de 800.000 millones de euros de deuda pública en estos próximos cuatro años. De estas cosas no se ha hablado en la campaña electoral „ya que todo el mundo estaba ocupando gritando y acusando al contrario„, pero la realidad económica es pavorosa. En estos últimos diez años „desde que empezó la crisis económica„, nuestra deuda pública se ha triplicado y ahora alcanza la bonita cifra de los 1´18 billones de euros (dicho así, no parece gran cosa, así que lo pondré con todas sus cifras: 1.180.000 millones de euros, uno detrás de otro).

Si nuestro país fuera una empresa, estaría en quiebra, sometida a ese procedimiento fatídico que se conoce como concurso de acreedores. Y justamente eso es lo que significa la refinanciación de la deuda: someterse a un concurso de acreedores para ver cómo podemos salvar los muebles y conseguir un leve respiro que nos permita llegar vivos al próximo pago. Es la situación de los eternos morosos que van trampeando como pueden esperando un milagro que nunca se produce. El moroso de la rue del Percebe de Francisco Ibáñez decía que se había ido a Pernambuco o a Antofagsta para evitar a los acreedores, pero nosotros no podemos hacerlo. Es decir, que la sombra se irá haciendo cada vez más y más pequeña, y los dos grupos enemistados que se habían situado en los extremos „más por antipatía personal que por divergencias ideológicas„ tendrán que ir compartiendo un espacio cada vez más exiguo. Si tuvieran algo de grandeza humana „y sobre todo, si tuvieran un mínimo respeto por el bienestar de sus electores„, intentarían llegar a alguna clase de acuerdos. Lo más probable, tal como nos ha enseñado la experiencia, es que hagan justo lo contrario.