Buen día tengan ustedes en este Día de África. Una jornada a la que dedicaré hoy estas líneas que comparto habitualmente con ustedes. ¿Y saben por qué? Porque aunque este continente siga estando en la nómina de los territorios que menos interés mediático despiertan, no tengo ninguna duda de su importancia global, tanto hoy como en el origen de nuestros tiempos. Un continente que, para mí, tiene su principal seña de identidad en el enorme contraste, de todo tipo, que uno se encuentra allí. A revivir tal realidad desde una cierta perspectiva, porque hace ya años que no he vuelto a este continente, les invito a continuación a mi lado.

Y, para empezar a hablar de contrastes, les diré que no he visto más riqueza -pecuniaria- en el mundo que en África. No me refiero a las riquezas naturales, que también, con esos paraísos terrenales como algunas zonas de Congo, ricas en todo lo imaginable y más, incluyendo oro, otros metales preciosos o diamantes. O columbita-tantalita (coltán), tan en el punto de mira ahora. No, me refería incluso a la riqueza pomposa, despampanante y hasta grosera en ciertos contextos, de caserones, fincas o urbanizaciones prohibitivas para un noventa y nueve largo por ciento de su población, y disfrutadas en exclusiva por los más ricos, frecuentemente extranjeros. Derroche de recursos de todo tipo, a menudo muy cerca de lugares donde es difícil el mero ejercicio de vivir cada día. Como ejemplo, que ya les he contado, aquel lujoso Hotel Sheraton de Addis Abeba, cuyas paredes servían de apoyo hace unos años a infraviviendas donde moraban personas que, cada día, esperaban a que sacasen los cubos de la basura del hotel, como fuente de alimento y, quién sabe, de alguna cosa que pudieran reutilizar o revender. Eso, visto con mis ojos, no se olvida fácilmente. O determinados lodges donde el pago por un par de días es similar o hasta superior a un sueldo medio-alto anual de un español, en territorios donde se vive con menos de un dólar al día, en entornos no monetizados. Sí, contrastes, de esos que llaman la atención.

Contrastes en las oportunidades. En las posibilidades de explotación de la tierra, que frecuentemente pertenece a enormes compañías multinacionales, sin que los lugareños puedan cultivar una lechuga. También les he hablado más de una vez de aquellos extensísimos campos explotados por terceros, sin que los locales pudieran tratar de salir adelante. Estoy pensando en las inmensas plantaciones de piña, por ejemplo, que yo vi y que explotaba una compañía norteamericana en Tanzania. Fincas verdaderamente superlativas, orientadas a la exportación, que hacían imposible un cultivo más local, dirigido a la satisfacción de las necesidades de la población. Realidades, de todas formas, en las que, aunque finalmente los lugareños pudieran cultivar, no podrían vender nada en sus mercados, porque en los mismos se encontraban y se encuentran hortalizas españolas -doblemente subvencionadas por la Política Agrícola Común de la Unión Europea- surrealistamente más baratas que cualquier producto local. Contrastes.

Y contrastes en mucho más. En una mundialización ya no económica, sino también en los usos y en las costumbres, amalgamada con modos, creencias e ideas ancestrales, que también choca al viajero. O contraste entre la dulzura, la sencillez, la alegría y la generosidad de tantas personas sencillas, en pueblos muchas veces desconectados ya no de nuestra realidad europea, sino de la ciudad más cercana, sin carreteras, luz o agua, y la rigidez y la violencia ejercida desde aparatos represores, facciones enfrentadas o las propias violencias de Estados que, muchas veces, son la peor pesadilla para su ciudadanía. Un fenómeno que hoy continúa, y que es el origen de todas las huidas personales, cuya confluencia en un río de personas incesante conforma la emigración, y que no deja de ser tampoco otro signo de los tiempos que corren en dicho continente, transformado aquí en presente pero desconocido flujo inmigrante.

África es contraste, y es cuna de la Humanidad. Recuerdo pasear allá por donde vivió el Afarensis, donde la hoy entrañable Lucy fue encontrada por Johanson, unos tres millones de años después de su muerte. O pienso en el hombre de Olduvai. Sí, en los orígenes de todos nosotros. Pienso en Lalibela y sus iglesias y monasterios monolíticos, directamente sobrecogedores. En la civilización aksumita. O en las inconmensurables gargantas y valles en todo el continente, en sus conmovedoras puestas de sol, o en las dimensiones gigantescas de sus playas. Al tiempo, rememoro la situación de los derechos más elementales de muchas personas vulnerables allí, y vuelve a surgir la sensación de contraste. De asfixia transmitida tantas veces, viviendo en un paraíso terrenal, lastrado a menudo por un pasado -y un presente- repleto de codicia de terceros.

Hoy es el Día de África. La Unión Africana mira a su Agenda 2063, aprobada en 2015, con los ojos puestos en el futuro a medio y largo plazo de este inmenso y bello continente. Ojalá mucho antes África se nos presente igual de bella, con su enorme potencialidad intacta, pero con muchos menos contrastes...