Cualquier elección genera esperanza. A los candidatos que aspiran a ser concejales, alcaldes, diputados o presidentes. A la ciudadanía que espera que algunos problemas se solucionen, aunque sabemos que a las promesas electorales hay que quitarles el IVA del oportunismo y la exageración. Pero lo que está pasando ahora es distinto: la ciudadanía espera, ansía, sueña con que, al acabarse este doble período electoral, los políticos logren serenarse. Que dejen ya de crispar al electorado al que han agitado en busca de votos para mil batallas cruzadas; a saber, la pugna por las alcaldías, los gobiernos regionales o los escaños del Parlamento europeo; pero también la lucha por el liderazgo de la derecha, el ajuste de cuentas en la izquierda con el duelo entre Iglesias y Errejón, las consecuencias de los divorcios entre las Mareas y Compromís con Podemos, o los experimentos de tantas candidaturas independientes que han florecido en muchos de los 8.132 municipios españoles. Ha sido agotador. Pongamos velas para que paren la máquina perturbadora de la convivencia.

Todo ha sido muy acelerado. Hace solo un año, tal día como hoy, la vida en España discurría plácidamente para los que estaban bien y tan apurada como siempre para los condenados a estar mal por la desigualdad. Mariano Rajoy celebraba con los suyos que, por fin, se habían aprobado los Presupuestos Generales del Estado y Albert Rivera se deleitaba leyendo encuestas que casi lo proclamaban presidente (demoscópico) de España. Pero en cinco días, solo cinco, todo cambió. Apareció la sentencia de la trama corrupta Gürtel, se presentó la moción de censura, el PP decidió precipitarla para liquidarla cuanto antes y Pedro Sánchez, contra pronóstico, ocupó la presidencia del Gobierno. Desde aquellas fechas esto ha sido un sin vivir. Acusaciones de "okupa", "amigo de los golpistas", "cómplice de los terroristas" y lindezas similares; mientras, el PP organizaba un Congreso para aupar a la presidencia del partido a Pablo Casado, que pronunció una frase indeleble: "Al ganar yo, hemos ganado todos". La escabechina posterior del marianismo, el sorayismo, e incluso el cospedalismo que lo apoyó, fue feroz. Solo se salvó Dolors Montserrat que, por suerte para ella, fue desplazada a Europa y ha protagonizado una campaña activa pero sin descalificaciones, como era marca de la casa.

Si existiera un "crispómetro", para medir el mal ambiente inducido desde la política a la vida cotidiana, ya hubiera estallado varias veces. La intensidad y amargura de las descalificaciones han recordado aquella frase de Alfonso Guerra, que consta en el libro de sesiones del Congreso, dirigida a un ministro de la UCD: "¿Cómo se puede decir eso sin sufrir mucho inten.namente? Así, inten.namente. La campaña acabó el viernes pero, a cuenta de la suspensión de los políticos catalanes presos por la Mesa del Congreso, o las declaraciones del presidente del Senado, Manuel Cruz, abogando por una sentencia absolutoria (después rectificó), se apuró hasta el último minuto con armas dialécticas cortas y lanzallamas.

Pero ya se pusieron las urnas el domingo 26. Ya tenemos, o vamos a tener en días o semanas, porque faltan los pactos, la nueva estampa de la política española para los próximos cuatro años; si no hay sorpresas. Si en su día estas mismas elecciones nos presentaron la emergencia de Podemos y Ciudadanos, estos comicios han consolidado la presencia de una fuerza de extrema derecha, Vox, cuya candidata a la Comunidad de Madrid, Rocío Monasterio, dice, sin perder la sonrisa, barbaridades tales como que "en las escuelas a los niños se les enseña a ser niñas y se hacen talleres de zoofilia". Con todo eso habrá que convivir. como con el sentimiento independentista de media Cataluña, porque expresa la voluntad popular. Pero no hay más elecciones a la vista, salvo las catalanas. Así que serenidad, por favor. Felicidades a los ganadores y resignación a los perdedores. No hay tercera vuelta. Por suerte.