El escándalo que le ha costado el cargo al vicecanciller austriaco y líder del Partido de la Libertad de Austria, Christian Strache, es sintomático de la corrupción política y profunda hipocresía de una ultraderecha a la que tanto gusta presumir de patriotismo.

Strache cayó en la trampa que le tendieron unos desconocidos, y todo el mundo ha podido ver un vídeo en el que ese político se decía dispuesto a ofrecer a la supuesta sobrina de un oligarca ruso contratos públicos a cambio de que invirtiera en Austria millones de dinero sucio.

Dinero que debía servir, entre otras cosas, para comprar el periódico sensacionalista de mayor tirada de la República alpina, que apoyaría entonces al partido de Strache y le ayudaría a conquistar eventualmente la jefatura del Gobierno.

Sorprendidos por ese escándalo, otros partidos nacionalpopulistas, entre ellos Alternativa para Alemania, lo califican de hecho aislado, pero las relaciones con los poderosos y la corrupción no son tampoco ajenas a partidos que hablan de defender a la gente sencilla frente a las elites económicas y políticas, según denunciaba en un informe reciente el Observatorio de la Europa Corporativa.

Partidos todos ellos en los que ha puesto su atención el millonario y exestratega del presidente Donald Trump Steve Bannon, que no oculta su deseo de unirlos para que formen en el Parlamento europeo un gran grupo que sume como mínimo un tercio de los escaños.

El objetivo, según Bannon, es "convertir todos los días a Bruselas en un Stalingrado" porque, aunque no se tenga la mayoría en la Eurocámara, se puede recurrir al "bloqueo" y cambiarlo todo.

Es cierto que, escarmentados seguramente por el Brexit, la mayoría de los partidos ultraderechistas ya no aspiran a sacar a sus países de la Unión Europea sino que pretenden transformarla desde dentro.

Para Bannon, se trata de impedir que triunfe en Europa la idea unificadora del presidente francés, Emmanuel Macron, que "corresponde al programa de los globalistas": la creación de unos Estados Unidos de Europa en la que "Alemania sea algo así como Carolina del Norte y Francia equivalga a Carolina del Sur".

Macron, explicaba Bannon en declaraciones al diario suizo NZZ, quiere hacer de los países europeos "unidades administrativas de una burocracia central. Aspira a centralizar la política exterior y a crear un Ejército europeo".

Bannon defiende la visión opuesta que recuerda el viejo sistema "westfaliano", en el que los Estados defiendan cada uno los intereses de sus ciudadanos y que puedan todo lo más integrarse en lo comercial, pero no en política exterior, de defensa o de inmigración.

Es la Europa que defienden con vehemencia el líder de la Liga, Matteo Salvini, la francesa Marine Le Pen, el húngaro Viktor Orbán, y otros dirigentes de partidos de la ultraderecha europea como Alternativa para Alemania.

Pero ¿no es también, habría que preguntarse, precisamente la Europa que prefieren tanto Donald Trump como Vladimir Putin? Una Europa dividida por los egoísmos nacionales e incapaz de imponerse en un mundo dominado por Estados Unidos y China.

Lo ocurrido en Austria debería servir de lección también a las derecha sobre los peligros de ciertas alianzas. Por cierto que junto a Strache debería también haber dimitido el canciller austriaco, Sebastian Kurz, que abrió de par en par las puertas del Gobierno al Partido de la Libertad y ahora pretende astutamente presentarse como el Salvator Austriae.