El sábado pasado confluimos en la parroquia de Foz personas de procedencias diversas. Una abuela vino desde Ujo (Mieres, Asturias), otros abuelos desde Gijón y el que suscribe desde La Coruña. El motivo que nos convocó era doble, el bautizo de Ester, nacida el reciente 6 de mayo, y la primera comunión de Abigail, 8 añitos, hermana mayor, que con los dos restantes hermanos conforman la feliz y numerosa familia de Chema y Patricia. Decir que todo ocurrió en el mismo día y en la misma parroquia me parece una simpleza porque lo que allí aconteció en esa mañana fue algo grandioso, tan extraordinario que solo con el sentido de la fe sabremos entenderlo. Por el bautismo de Ester, el Dios todopoderoso que adoramos los creyentes tomó posesión de esa criatura, forma parte de la Iglesia y desde ese momento Ester ya es hija de Dios. Por su parte, con su primera comunión sacramental Abigail permitió que Dios la nutriese, la alimentase y la vigorizase en su vida espiritual como alimento que es de todos los que lo reciben con el debido conocimiento y disposiciones. Con la fe, sin ver estas acciones divinas, las comprendemos, pero yo añado que por los rostros de felicidad que lucíamos todos también se notaba la doble acción de Dios esa mañana.