La tiranía de la "rabiosa actualidad" (ahora especialmente rabiosa) obliga al columnista provinciano a ocuparse de las consecuencias de las recientes elecciones. Sobre todo, de las municipales y autonómicas que son las más cercanas. La impresión general es que han ganado en porcentaje de votos las opciones de centro izquierda, pero en las emisoras de radio de la derecha extrema (y un tanto disparatada) se consuelan con la posibilidad cierta de que los comicios hayan servido, al menos, para desalojar de las Alcaldías de Madrid y Barcelona a doña Manuela Carmena y a doña Ada Colau. Dos mujeres cuyo mayor pecado durante los cuatro años de su pasado mandato parece haber sido intentar hacer sanamente convivencial y solidaria la vida en las dos mayores ciudades del Estado. Y, que se sepa, no haber metido nunca la mano en el cajón ni aprovecharse de su circunstancial estancia en el poder para favorecer (además de a sí mismas) a amigos, socios, allegados, o compañeros de partido, con esas formas de corrupción política que han dado en llamarse "pelotazos urbanísticos". Una práctica generalizada en la mayoría de las grandes urbes españolas según se deduce del número de causas penales que se residencian en los juzgados y se airean en los medios de comunicación. A Manuela Carmena, magistrada jubilada, que consiguió rebajar a la mitad la enorme deuda municipal que se arrastraba desde las megalómanas etapas de gobierno de Ruiz-Gallardón y Ana Botella, se le reprochaba no seguir financiando disparates y hacer habitable el centro de la ciudad encauzando el tráfico automovilístico de una forma más racional y ecológica. Y a la señora Colau, más joven, pero "de ideas tan trasnochadas" como la anterior, prácticas parecidas. En pocas palabras, que no gestionaban bien el caos que provoca la insolidaridad. Ni añoraban tampoco los fraternales atascos que tanto echa en falta la señora Díaz Ayuso por las calles de Madrid. Atascos y embotellamientos que, fuera de soportables incordios, no dejan de ser otra cosa que un fiable signo externo de prosperidad económica, según los catecúmenos de la Escuela de Chicago. A la señora Carmena, en las emisoras de radio de la extrema excitabilidad, le llamaban la "abuelita lobo" para transmitir la idea de que bajo esa apariencia de anciana bondadosa se escondía una peligrosa y radical marxista leninista capaz de las mayores bajezas a poco que las circunstancias políticas lo permitieran. Una versión posmoderna y disparatada del famoso cuento de Charles Perrault, aquel en que el lobo que acechaba a Caperucita Roja se disfrazó de abuelita para ganarse la confianza de la niña y así poder comérsela mejor. Afortunadamente, un cazador que pasaba por allí (muy posiblemente un locutor de alguna de esas beneméritas emisoras) acababa matando al lobo y liberando a Caperucita. La belicosidad verbal contra la señora Colau también fue notable y se hicieron chistes sobre sus proyectos de vivienda social en una ciudad donde prolifera la especulación sobre los llamados "pisos turísticos". Desconozco si los pactos entre formaciones distintas le permitirán continuar como alcaldesa. De momento, el señor Ernest Maragall (de Esquerra) que le empata en escaños ya ha manifestado su propósito de hacer de Barcelona la "capital de la República catalana". Otro lío a la vista.