Hasta los niños pequeños saben que las hamburguesas y los donuts hacen engordar más que las ensaladas y la fruta. Pero esa convicción generalizada, que ha llevado al éxito de alternativas como la de la "dieta mediterránea", era sólo algo así como una consecuencia del la suma del sentido común y los estudios estadísticos. Ya, no. Kevin Hall, investigador del National Institute of Diabetes and Kidney Diseases en Bethesda (Maryland, Estasdos Unidos), y sus colaboradores han publicado un estudio en la revista Cell Metabolism que pone de manifiesto la relación que hay entre la ingesta de comida ultraprocesada „lo que se conoce como "comida basura"„ y la ganancia de peso.

Hall y colaboradores sometieron a 20 voluntarios a dos dietas diferentes aunque equilibradas en cuanto a calorías, nutrientes, azúcar, sodio y fibra. A la mitad de los participantes en el experimento se les ofreció durante dos semanas comida no procesada y, en las dos semanas siguientes, comida ultraprocesada (la otra mitad siguió el mismo proceso pero al revés, con la comida basura primero). En todos los casos se les dio instrucciones de que consumiesen la cantidad de comida que quisieran. Pues bien, quienes tenían ante sus ojos la comida ultraprocesada ingerían en promedio cerca de 500 calorías más diarias comparados con los que se alimentaban de menús no procesados. Y los cambios de peso guardaron una relación directa con esa sobrealimentación. En promedio, los participantes en el estudio ganaron casi un kilo (0,900 gramos) durante las dos semanas en las que ingirieron alimentos ultraprocesados, mientras que perdieron la misma cantidad en las semanas en que se les ofrecía comer la cantidad que quisiesen de alimentos no procesados.

Los autores plantearon en sus conclusiones que limitar la comida ultraprocesada puede ser una buena estrategia para combatir la obesidad. Sin embargo, hay varios factores a tomar en cuenta en el estudio de Hall y colaboradores que limitan esos efectos prácticos. El primero, que los sujetos del experimento eran adultos jóvenes, de alrededor de treinta años, cosa que deja de lado el poder aplicar su trabajo a uno de los problemas más serios de la sociedad: la obesidad infantil. Un segundo factor que aleja el estudio de las condiciones reales de ingesta es el del carácter equilibrado de las dos dietas que se compararon. No era posible, por ejemplo, consumir una gran cantidad de bebidas azucaradas o comidas grasas de forma casi exclusiva. Por fin, la importancia del ejercicio y la vida sedentaria quedaron fuera de las variables utilizadas. Así que en realidad podría decirse que estamos ante una primera confirmación científica de los riesgos de la comida basura, pero el problema va a necesitar enfoques mucho más abiertos para poder concluir lo que un número ingente de especialistas ha puesto de manifiesto ya: que la dieta mediterránea es sólo un factor más de los componentes de una vida sana.