A los cinco años justos de abdicar, el rey Juan Carlos I ha decidido suspender sus actividades institucionales a partir de mañana mismo, 2 de junio de 2019. Supongo que es una decisión lógica a la vista de su edad, 81 años, y de su deteriorada condición física, fruto en buena parte de los muchos accidentes sufridos a lo largo de una vida en la que el deporte ha jugado un papel importante. Hoy vivimos bastante más tiempo que en el pasado y por eso comienzan a ser frecuentes las abdicaciones que antes no se producían, pues también lo han hecho el papa de Roma, el emperador de Japón y la reina de Holanda.

El rey Juan Carlos será recordado por haber presidido el período más largo de democracia de nuestra historia y, al margen de algunas teorías de la conspiración a las que tan aficionados son algunos, por ser quien detuvo el golpe de Estado de Tejero y salvó el régimen democrático tras un episodio casposo que recuerdo personalmente con tanta indignación como vergüenza y que permitió a Suárez y a Gutiérrez Mellado mantener la dignidad de un Congreso atemorizado. Fueron muchos los que durante aquel penoso espectáculo no durmieron en casa e incluso viajaron al extranjero y no les culpo porque de aquellos energúmenos se podía esperar cualquier cosa. Y aquella noche el Rey estuvo en su sitio y se ganó nuestro agradecimiento y nuestro respeto.

Debido a mi trabajo he tenido ocasión de tratarle estrechamente durante algunos años que me permitieron apreciar la excelente información que manejaba, su extraordinaria memoria, una gran intuición (olfato) y un envidiable sentido del humor. En cierta ocasión en que le sugerí acortar un acto que a mi juicio se alargaba demasiado me contestó que él estaba "trabajando" y que "de aquí no se mueve nadie hasta que no les de la mano a todos".

En nuestro sistema el rey reina pero no gobierna y don Juan Carlos lo ha cumplido escrupulosamente. Sin gobernar, sin rebasar los límites de actuación que le marca la Constitución pero también utilizando las competencias que esta le confiere como jefe del Estado y que también son importantes si se saben utilizar. Como cuando le oí pedirles al presidente Rodríguez Zapatero y a Mariano Rajoy, entonces jefe de la oposición, que dejaran fuera de la lucha partidista cuestiones fundamentales como el terrorismo, la educación o la estructura territorial del Estado. No le faltaba razón. Ha cometido errores, sin duda. Y algunos los repetía y los españoles lo sabíamos y se lo aguantábamos. Hasta que llegó la crisis y el humor del país cambió sin que él se diera cuenta de ese cambio a pesar de su extraordinaria intuición, que esta vez le falló. Y una invitación a cazar elefantes en Botsuana cuando el desempleo subía y mucha gente no llegaba a fin de mes fue la gota que colmó el vaso. Reconoció su equivocación y la pagó abdicando.

Pero nadie podrá negarle que ha presidido los mejores 40 años de nuestra historia y que ha sido un actor determinante en la Transición de la dictadura a la democracia que protagonizamos los españoles, que provocó la admiración del mundo y que algunos hoy menosprecian por pura ignorancia. Porque tampoco es cierto que Franco trajera la monarquía. Es verdad que así lo dispuso en lo que él deseaba que fuera una instauración y no una restauración, pero la monarquía ha sido luego refrendada en España en al menos dos ocasiones: la primera cuando se votó en el Congreso, Gómez Llorente defendió la forma republicana... y perdió porque la monarquía sumó más votos. Y la segunda vez cuando el pueblo español, por abrumadora mayoría, votó la Constitución de 1978 que la establece en su artículo primero como la forma política del Estado.

Y es una estupidez oír a algunos decir que no se sienten obligados por ella porque en 1978 no habían nacido y no la han votado. Ni uno solo de los 300 millones de estadounidenses actuales han votado su Constitución de 1787 y nadie la discute. Hay quien afirma que la monarquía pertenece al pasado y es verdad que desde un punto de vista teórico puede haber hoy más argumentos a favor de la forma republicana de gobierno. Pero desde un punto de vista práctico, los países más democráticos y redistributivos del mundo son las monarquías europeas, que nada tienen que aprender de ningún otro país en cuanto a libertades o a Estado de Derecho. Y en países con tendencias secesionistas como España, el Reino Unido o Bélgica, la monarquía proporciona una argamasa muy necesaria.

Por algo la Constitución dice que la Corona es el símbolo de la unidad y permanencia del Estado y precisamente por eso hay gentes que la quieren destruir, como Podemos, que pretende derribar el Estado existente para hacer Dios sabe qué, o como los independentistas catalanes, que lo que quieren es acabar con España. Y para ello nada mejor que destruir la clave de bóveda de todo el edificio. Los actuales ataques a la Institución no son ni inocentes ni casuales. Será finalmente la historia la que con la perspectiva que dan los años tendrá la última palabra y emitirá el dictamen definitivo sobre el reinado de don Juan Carlos. Yo estoy convencido de que será positivo.