Habría que calcular la cuota de pantalla personal que ocupan los individuos que salen en segundo plano en los informativos. El segundo plano está cotizadísimo desde que se gasta un pastizal en asesores de imagen que son puestos de trabajo, cotizaciones a la Seguridad Social, ventas para el sector del automóvil, dinero para la hostelería y consumo para el comercio y una peste para la ver la realidad en televisión.

En el principio, el primer plano televisivo dejaba espacio al vacío, al paisaje, que hacía de paspartú del personaje que se retrataba. Hace 20 años los fotoestrategas empezaron a asignar valor a cada pulgada de pantalla y el líder pasó de estar solo en escena a tener detrás un jardín humano "representativo" de militantes que resultaron ser jóvenes y guapos para provocar el voto aspiracional, algún viejo endomingado en los partidos históricos y un ejemplar de minoría que reclama visibilidad.

Ahora, cada caballero y dama de la política con acceso a micrófono tiene, en segundo plano, un escudero del partido que permanece estatuario o un asistente asentidor que cabecea como el pequinés de juguete en la luna trasera de aquellos Seat 600 que no había forma de adelantar en la España de las carreteras nacionales.

Así, parece que tiene la palabra y la razón en el mismo encuadre, a toda pantalla, sin pixel para la duda o el vacío, en la calle, en el congreso, de pie o en el escaño.

Vox madrugó para que se le viera en oposición al gobierno el día de la toma de actas de los diputados „en el que se hizo oír, más con los pies que con la cabeza„ y ahora pugna para que no los coloquen en gallinero, donde nadie puede ver tus muecas. Para Vox, ganar segundo plano ya es ser visto por encima de sus posibilidades.