Lobo y oso son los animales totémicos del hombre. Respecto de ellos practica un culto discriminado: venera al oso, que es parte de su iconografía desde la infancia, y detesta al lobo. Se trata de una inversión afectiva respecto del grado de semejanza: el hombre es muy parecido al lobo, animal esencialmente familiar, territorial, que mata mucho más de lo que necesita, y en cambio es muy diferente al oso, animal solitario, que se deshace en seguida de las crías, errante y que mata para sus justas necesidades. El abandono por su madre de un pequeño osito en un pueblo asturiano, supuestamente para librarse o librarlo del padre maltratador (algo frecuente) se parece demasiado a prácticas humanas no tan extrañas, lo que querría decir que aunque el hombre es generalmente lobo, a veces le llega un ramalazo de oso. Deberíamos relajar nuestro supremacismo respecto de estos hermanos separados.