A veces cuesta trabajo creer que al presidente Donald Trump le hayan elegido los ciudadanos (en realidad, los compromisarios). Tal parece que su mandato sea el resultado del sueño ideal de los columnistas, del deseo de contar siempre con materia sobrada para inspirarse. Raro es el día en que no nos ofrezca el mejor titular posible y si al cabo no sale en las portadas es porque la reiteración puede matar hasta a los mirlos blancos. Pero entonces va Trump y se supera. Ahora, de viaje al Reino Unido, acaba de echar leña a un fuego que apenas aguantaba ya más combustible animando a los autores del desaguisado del Brexit a dar el portazo sin acuerdo alguno y, por mucho que asusten, sin pararse a considerar las consecuencias.

Pero no es a la injerencia en patio ajeno ni a las dotes para la geopolítica del inquilino de la Casa Blanca a lo que quiero referirme hoy sino a la virtud espléndida que posee de decir la verdad esa que sólo sale de la boca de los niños o de los locos. En medio del intento de la Unión Europea de hacerse con unas fuerzas armadas dignas del encaje de naciones que forman Francia, Alemania e Italia „dejemos fuera a la Gran Bretaña„ Trump tercia. No para animar a los europeos a apoyar la OTAN o a abandonarla; en el fondo, le da lo mismo. Lo que nos exige Trump es que compremos las nuevas armas en su país, que se las encarguemos a los fabricantes de los Estados Unidos.

Por fin se vuelve claridad meridiana el principio tan querido de la izquierda desde los años sesenta del siglo pasado, si no desde antes, que determina que la guerra es, sobre todo, un gran negocio. Puede que al analizar los grandes conflictos del planeta nos detengamos en el número de bajas, en las ciudades destruidas, en las catástrofes humanitarias. Todo eso existe, por supuesto, pero la mano que mueve los hilos bélicos lleva las cuentas de otra manera: como un balance de debe y de haber en el que las pérdidas de vidas y los beneficios económicos se apuntan en la misma columna: la de los muy jugosos resultados.

Si le compramos las armas a Trump, cómo las utilicemos es cuestión tan trivial para él que ni siquiera merece una pregunta de compromiso. Como los ejércitos tradicionales sirven de muy poco en los conflictos actuales, el rearme de Europa se antoja un tanto pasado de moda, algo así como el grito de alarma ante la llegada de un lobo que renquea. A la hora de contener a Putin y sus ansias de reconstrucción del imperio soviético más útiles serán los hackers que los tanques. Pero Trump saca poco provecho de los manipuladores de la red de redes, así que nos tira de las orejas para que, desde los fusiles a los aviones, elijamos los made in usa. Bendita sea su clarividencia; nosotros empeñados en ver fascistas por doquier y en levantar líneas rojas cuando de lo que se trata, una vez más, es de darles las comisiones a quienes mandan.