Buenos días de nuevo, superado un Miguel que se quedó en más bien poco, en este Día Mundial de los Océanos. Algo que es importante para "rapazolos atlánticos", como nosotros, que nacimos y crecimos en una auténtica mano de tierra rodeada de agua, el Golfo Ártabro. Un territorio que conforma un todo con el mar, y que es imposible de entender, ni hoy ni ayer, sin relacionarlo con el mismo. Somos mar, miramos al mar, debemos nuestro benigno clima al mar, y muchas de nuestras actividades están y han estado muy ligadas al mar. Por eso conmemorar el día del océano está intrínsecamente ligado a nuestro conjunto de formas de vida. Y es que, sin mar, seríamos indudablemente otra cosa...

Pero no olviden ustedes que el océano está en peligro, debido a la actividad humana. En los últimos años han saltado todas las alarmas en lo tocante a la contaminación por plásticos, pero son muchos otros los riesgos que se ciernen sobre semejante entorno de vida. Desde los desechos industriales y domésticos, que comprometen el equilibrio de la vida en el mar, hasta la excesiva explotación de los recursos marinos, pasando por la contaminación química „enorme en determinados entornos„ o la pérdida de la biodiversidad. Problemas reales, con causas muchas veces muy bien identificadas, pero donde las soluciones tardan demasiado en llegar. Y es que un planeta habitado por 7.500 millones de personas y donde próximamente habrá muchas más es, en sí, un problema. El conjunto de los océanos, especialmente sensible a tal realidad, sufre por ello.

Y es por eso que Naciones Unidas mira hoy con preocupación al mar. Esta vez focalizado en el género y en el papel de la mujer en relación con el océano, pero donde otros grandes temas están muy presentes. En particular, el tema de los plásticos se presenta como una de sus grandes prioridades, donde está focalizada la campaña mundial Play it out, y al que dedicaré con especial atención estas letras. Y es que las abrumadoras cifras nos dicen que no es para menos. Tomen nota, trece millones de toneladas de plástico se filtran cada año en los océanos, lo que provoca enormes daños. El primero, directo, con la muerte de cien mil especies marinas cada año. El segundo, indirecto, en forma de impacto en la delicado equilibrio marino, desequilibrado así y muchas veces tocado irreversiblemente. Y el tercero, a modo de rebote en términos de salud, con la vuelta a los humanos de dichos plásticos, ingeridos por peces que terminan en el plato, pasando a la cadena alimentaria mundial.

El plástico no es malo ni bueno, es un instrumento, que nos ha dado enormes alegrías en materia de nuevos materiales con aplicaciones tanto tecnológicas como industriales, pasando por ámbitos tan importantes como el de la salud. Pero su uso desaforado ha de interrumpirse ya, buscando nuevos paradigmas que yo siempre resumo en una frase que me resulta sencilla y, a la vez, inspiradora: "Al plástico lo que es del plástico y, para el resto, granel e imaginación". Un brusco frenazo a la utilización de plásticos que no arreglará el corto plazo de todos los problemas asociados a la presencia de microplásticos en el mar, pero que sí puede marcar un tiempo nuevo, a medio y largo plazo, levantando una enorme losa que pende sobre la salud del océano que verán nuestros nietos.

Día Mundial de los Océanos, pues, con mucho que hacer, mucha ilusión por ello, una enorme energía que desplegar para conseguir cosas buenas y grandes retos por superar. Miro al mar, a nuestro océano, como a menudo les digo en esta columna, mientras voy poniendo este último punto y final en estas líneas que comparto con ustedes. Y, al tiempo, me hago el firme propósito de renovar mis votos de limitar los plásticos al mínimo en mis actividades diarias. Y es que solamente la suma de cada pequeña pero decidida contribución individual „que parece una gota en un océano, nunca mejor dicho„ es el indudable camino para ver resultados en un mar que, hoy más que nunca, reclama nuestra atención.