Un clásico de la economía y la ciencia política es el dilema de los free riders, también llamados polizones, consumidores parásitos, pasajeros sin billete o simplemente gorrones. Son beneficiarios de los bienes públicos que no participan en su sostenimiento, sin ningún motivo que les impida hacerlo. En los estados de bienestar contemporáneos, se han extendido bastante estas figuras, hasta llegar a justificarse por determinadas opciones ideológicas.

Cuando algo así sucede, y los sistemas no desincentivan sino que potencian a estos aprovechados, tantas veces por calculados intereses electorales, el riesgo de colapso social y económico no tarda en asomar, como se advierte en los elevados niveles de endeudamiento público. Nada es gratis, y si no se costea por quien se sirve de ello, acaba sucumbiendo.

Entre estos polizones de los que hablo no están solo los que evaden impuestos, sino, también, los que se cobijan en las economías nacionales para vivir de ellas. En realidad, de quien viven es de los que soportan estoicamente cada vez mayor carga fiscal, que deben incluso convivir de cuando en cuando con sambenitos inexplicables sobre su bien ganado éxito, como se acaba de comprobar con esas estúpidas censuras a un conocido magnate por donar equipos médicos carísimos a la sanidad pública, al margen de pagar religiosamente sus tributos.

Las propuestas sobre incrementos impositivos para sufragar ese deplorable estado de cosas, además de constituir una grosera irresponsabilidad política e intelectual, suponen un letal desafío al progreso de cualquier nación, que se cimenta en el trabajo denodado de su sociedad y nunca en la ociosidad de pícaros guareciéndose bajo alguna categoría de vulnerabilidad. Una estrategia de esa naturaleza no solo contribuye a desmotivar a los que están en edad productiva a alcanzar cotas de prosperidad para sí mismos y su entorno, sirviendo de acicates a los demás, sino que perpetúa una palmaria injusticia, que del malestar puede transitar a un verdadero problema social.

"Nos van a freír a impuestos para mantener a vagos", me simplificó gráficamente un taxista en plena campaña electoral, tras escuchar por la radio los cantos de sirena de un líder insistiendo en la subida tributaria. No criticaba que se hiciera para financiar servicios públicos elementales e impecables o para asegurar a colectivos realmente desfavorecidos un razonable y digno nivel de vida, sino para denunciar el derroche de recursos en provecho de legiones de free riders que sacan tajada de esta coyuntura, de lo que se comenta poco porque no ha dejado de crecer y no sabes ya si alcanza a tu vecino de escalera.

Lo más grave de todo esto, sin embargo, es cuando el polizón puede serlo un país entero, que se vale de una bonanza que no logra sostener por sus propios medios. Si eso ocurre, hay necesariamente que poner la mirada en quien lo posibilita „en nuestro caso, la Unión Europea„, que no tardará en cerrar el grifo o en exigir duros ajustes en los cinturones, porque toda barra libre termina siempre a su hora. Apelar en ese momento a los tipos y gravámenes para convertirnos en un infierno fiscal que permita apuntalar ese lamentable escenario, profundiza un sinsentido económico incapaz de recaudar lo que se necesite y capaz de hundir a profesionales y empresas en su competitividad externa e interna, perpetuando un atropello mayúsculo a quienes madrugan cada día para salir adelante y que no se merecen que se les castigue con la confiscación de sus sudores, mientras a otros se les pegan las sábanas al abrigo de esa mal llamada igualdad social.

O combatimos a los polizones, o pronto se harán con el barco, si es que no lo tienen ya en sus manos.