Se les saluda, señores y señoras, en estos días que huelen a verano, donde la luz lo inunda todo y en los que, a mi juicio, se produce la ideal combinación de tranquilidad y, al tiempo, días largos, luminosos y bellos. Nada que ver con el rigor de los calores de agosto, donde está todo atestado. Días felices, pues, de cierre de los últimos flecos -no por ello menos importantes- en mil y un ámbitos, y de preparación del período siempre especial que es el estío.

El curso académico, que ha venido transcurriendo lento y sinuoso entre mil retos propios de cada etapa, también vislumbra su final, y son muchos los niños y niñas que esperan con ilusión a sus días de particular descanso, seguro que merecido. Porque, al fin y al cabo, infancia solamente hay una. Y si esta se pierde o se transforma en otra cosa, no habrá ya vuelta atrás y el adulto que vendrá después, de una forma o de otra, lo notará.

Es por esto que la jornada de hoy, 12 de junio, tiene para mí una especial relevancia. Hoy es uno más de esos días internacionales de los que hablamos a veces, auspiciados por Naciones Unidas y siempre con una fuerte componente social. En particular, en este día se celebra el Día Internacional contra el trabajo infantil. Algo que existe, por mucho que alguno de ustedes pueda ser escéptico con ello. Es más, algo que no solamente existe, sino que es lo más habitual en determinadas latitudes, dentro de algunos grupos humanos desfavorecidos o, incluso, en lugares donde se había mejorado mucho en tal temática, pero en los que un profundo deterioro de las condiciones socioeconómicas la ha hecho repuntar.

En conjunto, como les digo, no estamos hablando de algo aislado. Tomen nota: se estima en unos 168 millones los niños y niñas que trabajan hoy en el mundo. Y con esto nos referimos tanto a los niños que, de alguna forma, compatibilizan trabajos, por ejemplo ayudando a sus familias, y a la vez estudiando, como a aquellas formas más execrables y violentas de trabajo infantil. Niños soldado, niños y, sobre todo, niñas en situación de prostitución, niños esclavizados... Niños, siete de cada diez, que trabajan con dureza en el campo, frecuentemente a merced de las condiciones climatológicas y sin posibilidad de ir al colegio. Niñas que son utilizadas como esclavas. Y sí, no estamos describiendo otro planeta, o una realidad exagerada. Es que, como les digo, no todo es verano en junio, y el principal anhelo para muchos niños y jóvenes no es desear que vengan ya las vacaciones, sino algo mucho más básico y dramático.

¿Por qué sigue ocurriendo esto en pleno siglo XXI? Bueno, la codicia está en la etiología de muchos de los comportamientos humanos. Y si alguien esclaviza a un niño o a una niña es porque no le cuesta nada o casi nada, porque sus derechos están pisoteados sin casi posibilidad de reclamarlos, o por una manifiesta posición de superioridad frente a él. Es bien cierto que, además, para algunos trabajos están especialmente bien valoradas las cualidades de los más pequeños, como unas manitas menos voluminosas, que hacen mejor determinados trabajos manuales, muy a menudo en el mundo del textil o del calzado.

Hace años estuve en Suiza en la Organización Internacional del Trabajo, de la mano de aquella Marcha Internacional contra el Trabajo Infantil. Les hablo muchas veces de ella, pero no por nostalgia o porque no tenga otra cosa que contar. Es que, verdaderamente, supuso un hito y un antes y un después en la visibilización de las condiciones de vida de muchos niños trabajadores. De eso y, también, de la contradicción y el enfrentamiento entre dos mundos paralelos. El americano, donde se decía "escuela, no trabajo", con líderes como Jorge Vila a la cabeza, y el mundo asiático del Nobel de la Paz 2014 Kailash Satyarthi, que apelaba al realismo y a que los niños pudieran compatibilizar la escuela con un absolutamente indispensable trabajo en el contexto de ellos y sus familias. Ciertamente, en aquellos días me di cuenta de las enormes dimensiones de este problema en el mundo. Pude conocer a muchos de sus protagonistas, innumerables testimonios y la exposición de muchas de esas realidades.

Todo aquello sigue vigente. Pudo ser hace veinte años, pero hoy no hay grandes avances. Por el medio se formularon Objetivos de Desarrollo del Milenio y Objetivos de Desarrollo Sostenible, con algunos logros y grandes fracasos. Y también siguió presente la codicia, claro. Esa llegó para quedarse desde el principio de los tiempos. Y hay quien sueña con una realidad mejor para él, sin incluir en la misma a los niños a los que esclaviza, o a los que esclaviza quien trabaja para él, o a los que esclaviza quien trabaja para otro que a su vez trabaja para él o... ya ven, una dramática cadena ante la que no vale mirar para otro lado.

No tengan duda. Como dice el lema de Naciones Unidas, las niñas y los niños tienen que cultivar sus sueños, y no el campo... Muchos hoy no tienen tiempo para soñar. En su camastro, o directamente en las frías calles, están demasiado cansados hasta para llorar.