Leo, con pena, en la prensa que Teresa Rabal ha cerrado el circo que regentó durante años ante la imposibilidad de sostenerlo abierto al público. Sobre todo, al público infantil que era el que más disfrutaba con el espectáculo. Un triste destino compartido con otros circos nacionales. La mayoría de ellos no pudo superar la grave crisis financiera y el cambio en los gustos de la gente ayudó no poco a echar la llave a esa frágil industria itinerante. En los tiempos en que yo iba al circo, una mediana ciudad de provincia podría recibir al año cuatro o cinco de los importantes. Solían ocupar un terreno baldío lo más cerca posible del centro urbano (entonces había muchos de esa clase porque aún no se había desatado la fiebre inmobiliaria) y allí se instalaban durante varios días, los necesarios para que la ciudadanía local y la de los alrededores tuviese la oportunidad de visitarlo. Los niños estábamos muy atentos a su llegada y asistíamos encantados a todo el proceso de levantar el palacio de lona dentro del cual iban a sucederse toda clase de prodigios. Prodigios compartidos en cualquier caso porque los números ofrecidos al público no eran muy distintos entre un circo y otro. Todos tenían espectáculos de equilibrismo a cargo de orientales, todos tenían una troupe de arriesgados trapecistas y todos tenían una exhibición de fieras salvajes, principalmente leones. La salida al ruedo de los leones iba precedida por la instalación de un círculo de rejas lo suficientemente sólido para dar garantías a los espectadores de que no iban a ser devorados por ellos. Pero leones aparte, lo que más nos gustaba a los niños eran los payasos, que contribuían a relajar la tensión acumulada en los números de riesgo. Normalmente, eran dos, el "carablanca" vestido de Pierrot y el "augusto" de gorda nariz roja, ropa descuidada y zapatos elefantiásicos. El primero se nos presentaba como un prodigio de sensatez y cordura y el segundo como una especie de ácrata que se reía de todo el mundo y de manera especial de su compañero de pista al que hacía desesperar con sus bromas. Ni que decir tiene que los niños (exceptuando el repelente niño Vicente) estábamos todos de parte del "augusto" porque a esa bendita edad todos tenemos un fondo ácrata y subversivo. Dentro de un orden, claro. España, aparte del genial Charly Rivel, siempre tuvo grandes figuras circenses y los de mi generación aún tuvimos la suerte de disfrutar con los "Hermanos Tonetti" dos payasos santanderinos que hicieron época. Creo recordar que su circo aún se mantenía en pie a principios de la década de los ochenta. Luego desapareció. La atracción del circo y de su vida trashumante seduce a algunas personas. Como a Barbara Rey, una hermosa actriz y vedette, que acabó casándose con el domador de leones Ángel Cristo, Lo acompañaba en sus giras y hasta se atrevió a participar en alguno de sus números. Con las debidas precauciones, por supuesto. Quedan cada vez menos circos, pero ahí tenemos la política para entretenernos. Payasadas desde luego no faltan.