Cuando visitábamos el campo de batalla de Gettysburg, en Pensilvania, un profesor universitario me contó que su padre había participado en el desembarco en Normandía. Y el día D „del que se cumplieron 75 años„, cuando iban a desembarcar en las playas, uno de sus oficiales se puso a recitar unos versos de la Ilíada para darles ánimos: "Los navíos de Ayax y de Protesilao, a la orilla / de la mar espumosa se hallaban, y en ese paraje / los hombres y caballos lucharon con gran valentía". Eso era todo lo que el padre de aquel profesor quería contar de su experiencia de la guerra. La llegada a la playa „quizá Omaha o quizá Utah Beach„, el mar embravecido, el miedo, el ruido inconcebible, los mareos, los soldados que vomitaban. Y en medio de todo aquello, aquel oficial, que tenía el mismo miedo que sus soldados, recitando aquellos versos que hablaban de otro desembarco en las lejanas playas de Troya. Cuando me lo contó, pensé que podría ser una fantasía. ¿A qué loco se le puede ocurrir recitar la Ilíada en las playas de Normandía?

Pero luego pensé que quizá aquel hombre „el padre del profesor„ decía la verdad. En la academia norteamericana de West Point, las clases de literatura eran muy importantes y se enseñaba a los cadetes a redactar los partes de guerra con la misma concisa precisión que tenía la prosa de Hemingway o de Willa Cather. En cualquier caso, aquello no tenía demasiada importancia. Lo importante es que aquel hombre „el padre del profesor„ desembarcó en Normandía y se jugó el tipo en una guerra que debía de importarle un pimiento, y luego, cuando volvió a casa, se convirtió en un hombre retraído y huraño que jamás quiso volver a hablar de la guerra. Ni una sola palabra. Lo único que decía, si salía el asunto, era lo del oficial recitando la Ilíada. Nada más. Aquel hombre, por lo que sé, también se convirtió en un alcohólico que hizo sufrir a su mujer e hizo sufrir a sus hijos. Nadie vuelve sano y salvo de una guerra, aunque aparentemente no haya sufrido ninguna herida grave. Aquel hombre que oyó recitar a Homero antes de saltar a las playas nunca quiso hablar de lo que había visto cuando se lanzó al agua e intentó llegar como pudo hasta la orilla. Quizá luchó con gran valentía, como Ayax y Protesilao junto a la mar espumosa de Troya. O quizá se escondió en un agujero y esperó al final de la batalla. Quién sabe. Pero lo que vio aquel día „y lo que vio en los siguientes meses de campaña hasta que terminó la guerra casi un año más tarde„ lo convirtió en un ser destruido anímicamente que también destrozó la vida de sus seres queridos. Aquel hombre tuvo suerte y volvió a casa, pero miles de sus compañeros se quedaron en las playas.

Cerca de Bayeux está el cementerio militar americano donde están enterrados aquellos soldados. Un día, hace mucho tiempo, después de hacer autoestop por la costa de Normandía, un coche me dejó cerca de allí, y sin saber cómo me encontré frente a las cruces blancas del cementerio. Todo el mundo ha oído hablar del desembarco en Normandía, pero nuestras nociones de geografía son vagas y muy poca gente conoce el lugar donde tuvieron lugar los desembarcos. Yo desde luego no lo sabía. Conocía los nombres en clave „Utah, Omaha, Juno, sobre todo por la película El día más largo„, pero no sabía exactamente dónde estaban aquellas playas. Aquel día, en Saint Laurent sur Mer, vi un indicador que señalaba el camino y me encontré con el cementerio. Era a finales de septiembre, el tiempo era muy bueno „cosa rara en Normandía„, pero había muy poca gente. Luego llegó un autocar y empezaron a bajar jubilados americanos con sus familias. Supuse que eran veteranos de guerra que giraban la cabeza desconcertados. ¿Aquello era el lugar en que habían desembarcado cuarenta años antes? Cuando empezaron a mirar el memorial que había a la entrada del cementerio, pensé que debería seguirlos y entrar en el cementerio con ellos. Pero luego cambié de opinión. Allí estaban enterrados sus compañeros, los hombres que habían ido en las barcazas con ellos, los que habían vomitado y habían temblado de miedo al acercarse a las playas. Allí, quizá, estaban enterrados sus hermanos, sus familiares, sus amigos. Aquel lugar era sagrado para ellos y yo no era más que un simple curioso, un turista, en cierta forma un entrometido. Así que dejé que aquellos veteranos entraran en el cementerio con sus mujeres y sus hijos, y me volví al pueblo. Y ahora, cuando han pasado muchos años de aquello, soy yo quien recita para ellos los versos de la Ilíada: "Los navíos de Ayax y de Protesilao, a la orilla / de la mar espumosa se hallaban, y en ese paraje / los hombres y caballos lucharon con gran valentía".