El caso de la mujer de 32 años, que se ha suicidado después de que se difundiera un vídeo con contenido sexual, debe provocar un profundo debate sobre las consecuencias de determinados actos y el uso de los modernos medios sin sentido de la responsabilidad.

La difusión del vídeo, grabado hace cinco años, produjo un profundo estado de ansiedad en esta mujer, que ahora vivía una situación familiar estable, con su marido y dos niños de cuatro años y nueve meses. Al margen de clarificar quién y con qué intención procedió a la difusión de este vídeo, y de examinar si la empresa en la que trabajaba actuó de forma correcta, hay que rechazar firmemente el clima de morbo malsano que se creó en el centro de trabajo, indicio de una perversa banalidad.