Señoras y señores, aquí estamos de nuevo. Ayer fue 18 de junio, exactamente igual que aquel día de hace treinta y tres años en la siempre imponente Facultad de Química, donde andábamos de prestado por aquel entonces para algunos exámenes finales multitudinarios. Los ginkgo bilobas del Campus Sur „hoy Campus Vida„ de la Universidade de Santiago ya eran bellos, y lucían con vida propia en ese entorno mágico que nos cobijaba. Hoy también, y parece que el tiempo se hubiese detenido en algunos de los recovecos de lo que veía entonces y sigo viendo hoy. Pero vaya si ha pasado, sí... Y, con él, tantos cambios que creo hubieran asustado al mismísimo Heráclito de Éfeso. Porque, diga lo que diga el clásico, hoy los ríos renuevan su agua mucho más rápidamente que antaño, incluidos el Sar y el Sarela, o ese Mero tan nuestro que nos surte de agua potable. Es metáfora, no se asusten. Solamente artificio para insistir en que todo ha cambiado más en las últimas décadas que durante siglos, aunque en algunos actos se siga luciendo el armiño y el sombrero Tudor. Sí, todo cambia.

Hoy les escribo también desde el mismo Campus, pero en otras cuitas diferentes, con otros edificios y otras gentes. Escribo el artículo mientras cuido del cumplimiento de las normas en un examen, y en este caso no soy yo el que se examina. He tenido el cuidado de traer mi propio ordenador, para no mezclar lo divino y lo humano. Y no, no me sustraigo al noble arte de trabajar, porque he dejado para este rato un tanto muerto la feliz tarea de comunicarme con ustedes, adelantando otras tareas antes. Con todo, aquí estoy, con la antena desplegada al cielo, y esperando no importunar en demasía a los ginkgo bilobas con este remedo de jerga electromagnética que despido y disipo, y tratando a la vez de fluir entre ciclos termodinámicos, moles y sustancias puras. Con otra antena puesta en el desarrollo del evento en el aula. Y hablando, ya lo ven, del cambio.

Todo cambia, señores. Desde que aquel chico de dieciocho años, y tantos otros de aquellas generaciones superlativas llegamos aquí, muchas cosas han pasado. Un día de 2001 dije en el vestíbulo de las Torres Gemelas que dejaría el conocer su terraza para mejor ocasión. Nunca llegó. Y en ese camino en el tiempo cayeron gobiernos en el mundo entero, se tambaleó varias veces el orden mundial, se fue y volvió el Códice Calixtino y se libraron innumerables conflictos. Hasta media Europa se llama ahora de forma distinta a aquel entonces. Todo cambia a velocidad vertiginosa, incluso aunque sea desde el punto de vista de nuestro raquítico tiempo de presencia sobre la faz de La Tierra. Y, en ese cambio, en el que Gaia parece impertérrita, muchos de nuestros referentes más profundos, íntimos y personales, ya no están entre nosotros. Todo evoluciona. Y esa es una de las pocas verdades que nos acompañan siempre: somos mucho más fluidos y menos estáticos de lo que queremos ser. Quizá nosotros mismos seamos líquidos, a lo Baumann. Como mucho de lo que hoy nos rodea y un día nos protegió.

Todo cambia. Sigo reflexionando sobre ello mientras el cronómetro va marcando los minutos y las horas. Mientras, discurre el examen. En otra ventana de pensamiento proceso algo, paralelo, sobre el hecho de que quizá deberíamos plantearnos otra forma de ver cómo nuestros alumnos asimilan el conocimiento, sin recurrir a estas sesiones maratonianas donde no tengo claro qué es lo que conseguimos medir, más allá del producto de atracones de última hora de olvido fácil... La educación es un buen tema para el cambio, aunque no de la forma que se entiende en España, donde cada Gobierno trae sus propias ideas, a veces poco conectadas con la trinchera, a pie de obra... Y es que la educación es parte intrínseca e indefectible de cualquier cambio.

Me voy. Los exámenes están casi terminados. La vida sigue. El cambio continúa. Y el inventor de la bombilla incandescente clama en alguna parte exigiendo un protagonismo que alguien, sin querer, parece haber querido robarle. A ver si no le pasa como con los sistemas de distribución de energía eléctrica, en los que él confió en clave de corriente continua, desoyendo las advertencias de las gentes de su entorno, que creyeron desde el principio en la aún hoy utilizada alterna, con el resultado de un completo fracaso económico. ¿Pero qué es eso del dinero desde el punto de vista de la Naturaleza? La vida sigue. Y el cambio hay que escucharlo, especialmente si le canta Mercedes Sosa. ¿Tienen sentido las estructuras inmóviles? ¿Y qué pasa cuando esto afecta a la propia lógica de qué es un país y qué no? Los ginkgo bilobas me miran, hieráticos, como si con ellos no fuesen mis pensamientos. Pero no me engañan, sé que ellos también cambian...