Es inevitable escribir algo sobre la muerte en "no aclaradas circunstancias" de Mohamed Morsi, el primer presidente de Egipto elegido democráticamente y el primer civil en ocupar el cargo. Apenas pudo ejercer un año porque en 2013 fue depuesto por un golpe de Estado encabezado por el mariscal Al-Sisi y apoyado por las llamadas democracias occidentales. Desde entonces estaba en prisión incomunicada y en sus escasas comparecencias ante los tribunales de la nueva dictadura se le fotografiaba metido en una jaula como si fuese una fiera peligrosa. Pues bien, en una de esas comparecencias „dicen sus carceleros„ sufrió un desvanecimiento y falleció. Los Hermanos Musulmanes, el partido con el que había conseguido la victoria en las elecciones, no se creen esa versión y hablan sin tapujos de "asesinato". Y las mismas dudas manifiestan organizaciones defensoras de los derechos humanos, como Amnistía Internacional, que ha solicitado una investigación sobre los hechos. Una investigación que seguramente no va a prosperar por las trabas que opondrán los militares en el poder y el manto de silencio mediático que extenderán sus cómplices. Tapar las actividades represoras del régimen egipcio con la imagen de un hombre metido en una jaula es una perversidad propagandística que no puede ocultar la enormidad de lo que allí sucede desde hace unos años. Según nos recuerda en un reciente artículo Luz Gómez, profesora de Estudios Árabes de la Universidad Autónoma de Madrid, en Egipto hay actualmente 60.000 presos políticos, más de 200 condenados a muerte y cientos de muertos y desaparecidos, en las cárceles.

Unas cifras escandalosas que, sin embargo, no impiden que el mariscal Al-Sisi sea recibido con todos los honores por los presidentes de las democracias occidentales, entre ellos don Mariano Rajoy, que lo recibió en La Moncloa en abril de 2018 y lo felicitó efusivamente por su triunfo en unas elecciones amañadas. Mientras esto ocurre, la polémica sobre lo que son los derechos humanos continúa de forma interesada y ya vamos comprendiendo que esos derechos solo se pueden invocar por cierta clase de humanos, es decir, por los que tienen la fuerza necesaria para imponerlos. Y los que se opongan a ese razonamiento muy posiblemente serán confinados en jaulas y exhibidos como las fieras. Como le acaba de suceder a Mohamed Morsi, un ingeniero de 67 años formado en Estados Unidos y padre de tres hijos. Al fin y a la postre, un humano sin derechos. Ni siquiera el del enterramiento en su pueblo natal que fue prohibido por la dictadura militar so pretexto de evitar desórdenes. Pero no solo en Egipto hay humanos sin derechos. Lejos del norte de África, en el norte de América (la que fue en tiempos la tierra de la libertad), el presidente Trump ha iniciado su carrera hacia la reelección anunciando la deportación inmediata de millones de inmigrantes sin papeles. Y también allí, hemos visto cómo metían en jaulas a los niños de los sin derechos humanos. Nos encaminamos peligrosamente hacia una nueva clase de fascismo. El fascismo con derechos humanos.