Pedro Sánchez, hábilmente, recuperó la dirección del PSOE al hiperbólico reclamo de "¡Somos la izquierda!". Así logró el apoyo, un tanto cauteloso, de las bases socialistas de buena fe, que en el fondo sabían que ser la izquierda de Bono, por poner un ejemplo, poco significa, pero que algo es algo. Este apoyo cautelar se hizo evidente en la noche electoral cuando las bases gritaban "¡Con Rivera no!", muy conscientes de las querencias, digamos naturales, de los aparatos del PSOE, por muy de izquierdas que se reclamen. Y es que los socialistas más lúcidos saben que lo que al aparato del PSOE le iría como anillo al dedo sería una alianza con Rivera. Quiero decir con aquel C's al que aún no se le veía el plumero. Pedro estaría muy cómodo y sus corifeos hablarían, ufanos, de un Gobierno de centro-izquierda. Este papel de C's estaría muy bien visto por los mismos poderes que reclamaron su presencia al grito de "¡Necesitamos un Podemos de derechas!". Pero las cosas se torcieron con el descalabro del PP y la eclosión del huevo de la serpiente que anidaba en la formación conservadora. Vox, que significó la autonomía del franquismo agazapado en el PP, lo contaminó todo. Las derechas, por competir, abandonaron lo que llaman el centro político y Sánchez lo más que puede hacer es pedir la abstención gratuita de C's para ver si puede reducir al mínimo posible el peso de Podemos y de las izquierdas. Porque Podemos para el PSOE y para Sánchez resulta un aliado muy incómodo por el peligro que tiene de no conformarse con el progresismo, digamos, ideológico, ético o simbólico y, además de reclamar la eutanasia, la derogación de la ley mordaza, la acogida de refugiados y cosas así, se empeñen también en reclamar cosas de comer: derogación de las reformas laborales, intervención en la economía, embridar a los oligopolios, regular los mercados, renta mínima y cosas así, que indispondrían al Gobierno con los poderes fácticos a los que, tanto el PSOE como el PP, han servido lealmente desde los albores de la transición hasta nuestros días.

Pablo debe entender que lo de Pedro "no es nada personal", lo que pasa es que las izquierdas algo más de verdad no le gustan a los que de verdad mandan y, por tanto, tampoco a sus partidos muñidores.