La noticia del sábado pasó en cierto modo desapercibida porque se desvaneció al poco convirtiéndose en una catástrofe que se evita por los pelos. El caso es que el presidente Trump confirmó entonces que un día antes había ordenado bombardear Irán como represalia por el derribo de un dron estadounidense en el estrecho de Ormuz. Diez minutos después, y tras saber que el ataque causaría 150 muertos „sin contar, imagino, las víctimas colaterales„, ordenó que los aviones diesen la vuelta. El episodio culmina, por ahora, con la advertencia del gobierno iraní de que las consecuencias de un ataque como el abortado serían devastadoras.

Está claro cuál iba a ser el resultado de un enfrentamiento militar directo entre los Estados Unidos e Irán: la diferencia del potencial de sus respectivos ejércitos es abrumadora. Pero más grande era la desproporción entre las fuerzas de Sadam Hussein y las que atacaron a Irak en la Guerra del Golfo de 1990. Entonces el dictador iraquí hizo célebre la frase aquella de "la madre de todas las batallas" que, según él, se desataría de sufrir la invasión. No hubo tal pero casi tres décadas después el planeta sigue sufriendo las consecuencias de la crisis a la que llevó la desaparición del sátrapa Hussein. Aún vivimos en la madre de todas las posguerras.

Un pulso bélico entre Washington y Teherán, aun limitado, tendría consecuencias aún peores porque el régimen de los Ayatolás tiene la mano larga. Su influencia en todos los conflictos de Oriente Próximo y Medio, comenzando por el de Siria, es de tal calibre que existen pocas dudas acerca de lo que podría suceder si la Guardia Revolucionaria multiplica su presencia en los conflictos locales. ¿150 muertos como consecuencia de un bombardeo sobre objetivos iraquíes? La cifra es ridícula.

Pues bien todo ese Armagedón se convirtió en pesadilla cierta y pudo evitarse en el último momento por la voluntad de una sola persona. Y no estamos hablando de un dictador supremo con aires medievales que se complazca en reprimir a su pueblo. Se trata de un país de democracia ejemplar, que fue capaz de aprobar la primera Constitución que hubo en el mundo y cuyos padres fundadores se suponía que habían sido capaces de convertir en real el sueño de Montesquieu del equilibrio entre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. La aparición de un cuarto poder, el del mundo virtual y las redes sociales, ha hecho trizas los cuidadosos equilibrios que hicieron del Estado de derecho un paraíso de libertades ciudadanas. El populismo ha echado por tierra de un plumazo lo que muchas generaciones a lo largo de siglos labraron, y sin que haya síntoma alguno de que la vacuna esté a nuestro alcance. Pero es imprescindible contar con una. Lo que no puede tolerarse es que el capricho de un individuo, por grande que sea su poder, decida sobre la guerra siguiente. En particular porque ya sabemos a qué situación nos puede llevar.