Nuestra ciudad ha estrenado nuevo gobierno municipal, con una alcaldesa que no necesita, por su propia relevancia, pátina social, ni remuneraciones sustanciosas. Acabada su entronización y los discursos saturados de bienandanzas, hay que entrar en faena y comenzar por la propia casa, como ya ha cumplido. Los cambios de signo producen siempre inquietud y traumatismo en el personal, que conviene dulcificar. Los de libre designación que cesan han de volver a sus lares profesionales y los que se inscribieron digitalmente quedarán a expensas de su propia opería. Continuarán los arrimadizos, que orientarán sus velas al viento reinante. Urge agilizar la administración, extinguir las plataformas paralelas de juglares, jamás invitados a la historia que, en el nomenclátor urbano, practicaron una estrategia, entre el recuerdo y el olvido, que les convenía recordar y olvidar a su arbitrio. Otros objetivos son estudiar las subvenciones y su destino final, confiar en el personal propio profesional, y acabar con las demoras que provocan el papeleo de palimpsestos, dosieres, etc., que convierten la gestión en papelón. Conviene abreviar el número de concejalías, si ello es posible, y otorgarles una denominación ajena a la logomaquia. Los coruñeses aspiramos a un gobierno cuya razón de ser „eficacia y servicio al ciudadano„ avance hacia una modernidad sugerente y que no tenga complejo alguno en suscribir cualquier iniciativa, inteligente, de sus adversarios políticos; la voluntad política debe imponerse por la simplificación de los hechos. Como razón estética hay que liberar la fachada, airosa y bella fachada del Palacio Municipal de pancartas y cartelería, que la convierten en un calandrajo, reveladoras de políticos sin palabra. Los antiguos problemas, señalados por la alcaldesa Inés Rey, prevalecen, necesitan también el impulso de la oposición que debe aportar sus función operativa en favor de los intereses generales. Nuestros deseos de éxito a doña Inés Rey, sabedora que en política, como en el teatro, el triunfo de los actores depende de sí mismos.

La política gallega, en términos generales, vive una etapa en la que prima el espectáculo y el derroche publicitario, cuya primera víctima es la verdad. Agustín de Foxá contaba cómo entre proclamas y lugares comunes en sus tiempos se escamoteaba la verdad. Recordaba que saturaba de citas a Franco, que terminó hablando en versos de pie quebrado. Ionesco decía que en el teatro las palabras ya no significaban nada. Y lo ilustraba con la siguiente imagen: "La cantante calva sigue peinándose".