Recordaba el otro día cómo, todavía adolescente, salí por primera vez fuera de España para hacer un curso de lengua y literatura italianas en la Universidad de Urbino, la bellísima ciudad de Rafael Sanzio. Y cómo me vi entonces obligado a explicarles una y otra vez a los italianos y a mis igualmente jóvenes condiscípulos de la Europa democrática „muchos de ellos alemanes, franceses o británicos„ cómo era aquello de vivir en una dictadura como la de Franco.

Era aquella la Italia de Gramsci, de Pasolini y de Enrico Berlinguer, y todavía estaba por llegar la parcial aplicación del Compromiso Histórico, finalmente frustrado por la tragedia del asesinato de Aldo Moro a cargo de las Brigadas Rojas.

Pues bien, recordaba eso porque, más de medio siglo después, me veo obligado a explicarles esta vez a mis amigos europeos cómo es posible que en Madrid y otros territorios de un país mucho más moderno y democrático que el de entonces, un partido nostálgico de aquel régimen tuviese la llave de la gobernabilidad. Hay viejos fantasmas que regresan o tal vez que nunca desaparecieron del todo.

Es cierto, sin embargo, que ya no tengo que avergonzarme como entonces frente a los italianos porque al menos el Gobierno de la nación está aquí de momento en mucho mejores manos que las de políticos como Silvio Berlusconi o Matteo Salvini, el líder de la Lega y actual hombre fuerte del Gobierno de Roma. Pero sí me resulta muy difícil explicar pese a todo cómo un partido que no siente ningún remordimiento, sino que por el contrario parece mostrar orgullo por aquel régimen despótico que nos gobernó con el apoyo de la Iglesia durante cuatro décadas interminables puede tener todavía entre nosotros más de dos millones de votantes.

Y lo que es todavía más difícil de aclarar a un demócrata: cómo otro partido que presume de europeo y liberal ha podido aceptar sin remilgos el apoyo de la ultraderecha para conseguir entrar en gobiernos autonómicos y municipales.

Y cómo, además, ese mismo partido, que dijo presentarse para combatir la corrupción, no ha hecho, sin embargo, ningún asco a ayudar al partido de todas las corrupciones a mantenerse en el poder en lugares donde este llevaba años gobernando. Ya se sabe que la política hace extraños compañeros de cama, pero las continuas veleidades de su líder y la hipocresía mostrada al hacer como si no tuviera nada que ver con la muleta de la ultraderecha son difíciles de justificar, incluso en estos tiempos en que todo, hasta la política, se vuelve líquido.