Los Franco cogen bien y sueltan mal. Sean dos apóstoles de precio desconocido de la catedral de Santiago, sea la momia del abuelo. Saber eso y haber utilizado los mínimos servicios del Estado habría servido a Pedro Sánchez para que su primera promesa, sacar a Franco del Valle de los Caídos, hubiera sido otra o hubiera sido enunciada sin plazos que incumplir. Las primeras promesas tienen su punto: la de Aznar fue quitar el servicio militar obligatorio y la de Zapatero sacar las tropas de Irak. No lo parecerían, pero fueron más fáciles de cumplir que sacar a Franco del Valle de los Caídos, la solución posibilista. La solución ideal sería sacar a los caídos ahí tirados contra la coherencia ideológica de su vida o el criterio de sus deudos. Valdría la razón estética: no formar parte de un espanto que conmemora un horror.

Luis G. Berlanga „rodar después de morir„ tiene dos escenas maravillosas de la España contemporánea: el milagro de los jueves que es el nacimiento del turismo franquista para hacerse un selfie insano y un prior que se ofrece a ser cadáver y obstáculo para evitar la exhumación.

En cambio, la despedida del nuncio Renzo Fratini haciendo responsable al gobierno de "resucitar a Franco" y esconder "motivos ideológicos" al preparar su traslado del Valle de los Caídos forma parte de la normalidad. Para la Iglesia, la Guerra Civil y su posguerra fueron una cruzada y lo siguen siendo.

"Los motivos ideológicos" son la llamada "memoria histórica" que es sectaria, no como la canonización de los mártires, que es normal. Es religioso subir a los altares y es ideológico sacar de las cunetas. La institución llamada Iglesia, que se autotitula madre, sigue componiendo una Pietá con el cadáver de Franco en su regazo.