Llevo dentro de mi cabeza un teletexto que da malas nuevas todo el rato. Mientras la parte superior de mi cerebro intenta elaborar ideas que me eleven sobre las cotizaciones bursátiles, a la altura de la frente, orbitando mi perímetro craneal, aparecen el índice Nikkei y el Ibex 35 y la Bolsa de Futuros. ¡Qué estorbo, el teletexto! Te quita unos centímetros de pantalla para no dar más que disgustos. En mi teletexto acaba de aparecer, por ejemplo, una noticia que te arranca del golpe, lo quieras que no, del pensamiento abstracto. Sucedió en Londres, cuando, al sacar el tren de aterrizaje, se desprendió un cadáver de un avión que estaba a punto de aterrizar. El muerto fue a caer en el jardín de un señor que dormía y tomaba el sol. Un vecino dice que oyó el golpe. Dios mío, cómo suena el cuerpo de un difunto al precipitarse sobre el césped de una propiedad privada desde cientos de metros de altura.

Puro teletexto.

Dice el director del museo del Prado que hay que convertir la reputación en dinero. ¿A quién no le gusta presumir de su reputación? Pero mientras nos perdemos en reflexiones idealistas que alientan el ego, el teletexto nos recuerda que la autoestima hay que monetizarla, es decir, convertirla en dinero. Una forma de transustanciación. Además, parte de ese dinero deberás invertirlo a su vez en acciones de prestigio para cerrar el círculo vicioso en el que se mueven el teletexto y la existencia. En todo caso, nunca deberías tener mucho más dinero que prestigio. Tampoco mucho menos prestigio que dinero. Hay un equilibrio ahí difícil de guardar. El Prado tiene poco dinero y mucho prestigio. Los bancos, poco prestigio, pero mucho dinero. ¿Quién es más feliz, Miguel Falomir o Ana Patricia Botín?

Lo último que dice el teletexto es que, a partir de ahora, el pan integral tendrá que ser integral; el de leña, de leña; el de masa madre, de masa madre; el artesano, artesano, y así de forma sucesiva. Los lunes tendrán que ser lunes; los martes, martes y, los agostos, agostos. En cuanto a las persianas, tendrán que ser persianas. Lo bidés, bidés. Los quince minutos, un cuarto de hora. ¡Cuánto queda por legislar! Y no se ponen de acuerdo.