Feliz miércoles. Se les saluda de nuevo, en estos tiempos de dimes y diretes políticos, que cansan hasta la extenuación y sobre los que, como decía hace unos días, planea el riesgo de querer trasladarnos a nosotros, la ciudadanía, la incapacidad y desinterés de aquellos a quienes hemos pedido que se pongan de acuerdo, a base de consensos y más consensos, para gestionar con miras comunes lo que es de todos. Caray, que no todo van a ser parlamentos monocolor, mayorías absolutas y rodillo. Como dijo el clásico, en la variedad „y en la pluralidad, en la visión desde diferentes ángulos, en la síntesis a partir de la tesis y su antítesis„ también está el gusto...

Así las cosas, por lo demás, todo en orden. O no. Pero lo cierto es que el verano va obsequiándonos con sus días tranquilos, una solana generosa y atardeceres inmensos donde el paseo se convierte en arte. La vida transcurre levemente, seguramente mucho más rápidamente de lo que a muchas personas les gustaría, y este julio se va así convirtiendo, poco a poco, en un ensayo general del agosto que se nos viene encima, y que volverá a suponer el summum de lo estival entre nosotros. Nada nuevo bajo el sol.

A tal vida real transcurre paralela la actividad en las yo creo que mal llamadas "redes sociales", un conjunto de expositores sesgados de lo que pretende ser la vida de cada uno, y que desde mi punto de vista lo tienen todo menos, ciertamente, eso de "social". Un sucedáneo tosco de la realidad que, de alguna forma, no deja de ser un excelente instrumento de uniformización y homogeneización de lo que debería ser una sociedad global diversa, con evidentes riesgos de banalización y conformación de mayorías a partir de simplificación extrema de una realidad siempre compleja. A lanzar una mirada sobre ello dedico hoy estas breves líneas.

Porque si la lógica de la red social, sin mayor filtro, ya nos debería prevenir ante cuál es su verdadera aportación global „en el haber„ y sus riesgos globales „en el debe„, la cosa se está complicando aún más. Y, en tal contexto, sorprenden y hasta aterran las declaraciones del que fue cofundador de Apple, Steve Wozniak, alertando precisamente sobre la enorme descompensación entre lo que sí podemos sacar de tal mundo virtual „en concreto, habla de Facebook„ y sus peligros. De hecho, él mismo indica que en el año 2018, a raíz del escándalo de Cambridge Analytica, él tomó la decisión de cerrar su cuenta en dicha red. Otros, algo menos contundentes, hemos reducido prácticamente a cero nuestra actividad en tal red y en otras.

Lo cierto es que nada es gratis en un mundo de tiburones „el de la comunicación„ donde se mueven beneficios personales y corporativos milmillonarios. ¿De dónde salen tales cifras de negocio y beneficio con tantos ceros? Pues, obviamente, del tráfico de datos. Así, las redes sociales se convierten, cuando menos, en un perfecto caleidoscopio de las tendencias no solamente de consumo, sino políticas, sociales y hasta personales de sus usuarios, que son convenientemente empaquetadas y vendidas a aquellos para los que tal información puede ser jugosa, de forma que pagan por ello sin mayores miramientos. En realidad todo ello ya había empezado antes, con el mero hecho de navegar en internet y sus millones de webs, para las que se nos pide aceptar "galletas" con todo tipo de propósitos: desde el de mejorar y simplificar nuestra experiencia en tales sitios hasta recabar, una vez más, tan interesantes datos sobre nosotros. Nada es gratis, no, y el hecho de que nos regalen, sin mayor compensación para sus promotores, el acceso a potentes plataformas donde trabajan miles de seres humanos „dicen que más de treinta y cinco mil en 2018 solamente en Facebook„, ya es una primera señal de que aquí, efectivamente, hay negocio. Y el negocio, que no es malo en sí, sí que se torna en algo al menos oscuro cuando no está claro en qué consiste, no se sepa a qué tipo de información afecta o cuando no existan salvaguardas, tal como propone el propio Wozniak, a modo de alternativa para aquellos usuarios que prefieran pagar una cuota periódica a tal mercadeo indiscriminado con datos que puedan llegar a ser sensibles.

Con todo, las redes sociales están en el punto de mira hoy por su carácter de puerta de entrada, pero también de salida, de nuestros comportamientos en la virtualidad. Algo que irá a más, y que tendrá en el ya inminente 5G un espaldarazo de varios órdenes de magnitud. Si a eso sumamos el franco deterioro que un uso indiscriminado de tal tipo de herramientas está conformando en nuestra comunicación presencial y verdaderamente real, el debate está servido. No para querer decir que las redes sociales y sus tecnologías asociadas son malas en sí o inconvenientes, en absoluto. Pero sí para incidir en que debemos trabajar duro, remando a contracorriente, para situar a las mismas en su justo lugar, sin sacarlas de contexto y sin concederle a su tenencia o uso mayores expectativas que las que realmente nos pueden ofrecer.

Y es que ni soy más feliz por pedirle a una voz virtual que me ponga música, ni quiero que mi nevera haga la compra directamente „por supuesto a una gran superficie„. No, me gusta sorprenderme y sorprender eligiendo en persona un tema que no me cuesta nada poner personalmente, y disfruto charlando con mi frutero „largo y tendido, con tiempo„ en un mercado tradicional de esos que considero que nos dan calidad de vida, de paisaje y de relación interpersonal, muy por encima de esas zarandajas que hay ahora en centros comerciales, con trabajadores asfixiados y recolección de beneficios en las Islas Caimán.

Cuídense. El verano sigue. Virtualmente también, si quieren. Pero, por favor, no olviden el mundo real.