España, después de Armenia, es el país del mundo donde se usa más y mejor el ajedrez como instrumento pedagógico. Y también aquel que alberga mas torneos de prestigio internacional. El dato hubiera llenado de satisfacción a mi buen amigo ya fallecido el periodista Pablo Morán maestro nacional y árbitro internacional de ajedrez que fue de los pioneros en el fomento de ese juego en las aulas. La oportunidad surgió a la disolución del organismo autónomo Medios de Comunicación Social del Estado y el fue uno más de los transferidos a la Administración, en su caso a la de Asturias donde había trabajado en Voluntad de Gijón y en La Nueva España. Podría haberse limitado a vegetar en una oficina hasta su jubilación, que ya estaba relativamente cercana, pero alguien entre los responsables de Enseñanza descubrió que entre el personal que le había sido transferido figuraba un periodista que estaba considerado como uno de los mejores ajedrecistas españoles. De los de aquella época heroica entre los que cabe citar también a Román Torán y al niño prodigio Arturito Pomar, que fue muy mimado por la propaganda del régimen franquista, quizás con la esperanza de que algún día pudiese derrotar a los grandes maestros soviéticos. Aquellos que fueron, hasta la aparición del norteamericano Bobby Fisher, los grandes dominadores del tablero mundial. En la Rusia comunista, los campeones de ajedrez eran considerados como héroes y sus enfrentamientos era seguidos masivamente, primero por la prensa y la radio y después por la televisión, a cuyo efecto se colocaban enormes pantallas para seguir los incidentes del juego con todo detalle. En la España pobretona del franquismo, en cambio, el ajedrez era un entretenimiento de café, y uno más de los atractivos, junto con el parchís, el dominó, la baraja, y el tenis de mesa, que ofrecían las asociaciones recreativas o religiosas. Uno de mis tíos era muy aficionado al ajedrez y hasta se atrevió a jugar varias partidas en el Sporting Club Casino coruñés con el que era entonces Capitán General de Galicia Fermín Gutiérrez de Soto, un hombre muy temperamental que no tenía un buen perder. En mi casa, convencido mi padre de las bondades de ese juego para disciplinar la cabeza, siempre hubo un tablero a disposición de la tropa, pero yo confieso que no lo utilice demasiado. Y en el colegio también donde destacaba por su habilidad Domingo Merino, que luego fue el primer alcalde nacionalista de la ciudad de A Coruña. Tuve muy buena amistad con Pablo Morán, quien, pese a su dominio del juego y a ponderar sus beneficios educativos, no creía en efectos milagrosos "La educación son mas cosas „solía decirme„ y tampoco es cierto que los grandes jugadores tengan una inteligencia superior". Una de las últimas veces que nos vimos fue para comentar un viaje que hizo a Cuba, donde había nacido antes de convertirse en un gijonés de toda la vida. Volvió de allí muy emocionado y con un frasco de tierra cubana para echarla sobre el féretro cuando la muerte le llegase. Que le llegó poco después. Jaque mate, diría él.