Tenemos por desgracia últimamente en España una clase política autorreferencial, que vive de mecanismos y comportamientos que no llegan nunca ni inspiran al ciudadano, políticos que parecen en muchos casos creados en laboratorio.

Son políticos en su mayoría sin espesor, incapaces de defender solo con fuerza argumental sus ideas, si es que las tienen, de contrastarlas en libre debate democrático con las ajenas para que termine venciendo, como dice Jürgen Habermas, el mejor argumento.

Tenemos políticos que, como esos tertulianos previsibles y gritones, parecen incapaces de escuchar al que tienen delante, llevan siempre la lección aprendida, que repiten como papagayos, sin que conozcan la duda en ningún momento. Políticos que parecen prestar atención solo a lo que les dicen sus bien pagados asesores de imagen, que se orientan exclusivamente por lo último que indican los sondeos cuando "liderar" en política no tiene nada que ver con eso. Pueden los sondeos servir a lo sumo para medir los deseos o preferencias de los ciudadanos en un determinado momento, pero en ningún caso reflejan los eventuales costos o los riesgos de una determinada acción política. Véase, por ejemplo, lo ocurrido con el Brexit.

Es cierto que la globalización ha socavado en todas partes la autonomía de los políticos, que parecen cada vez más impotentes, pero ¿se trata acaso de un fenómeno natural o es consecuencia de la incapacidad o la falta de voluntad de aquellos?

Un líder político es alguien capaz de inspirar con el ejemplo, que sabe escuchar y hacerse preguntas, y que, una vez tomada la decisión que, comparada con otras que se le presentan, considera la mejor posible, no trata de imponerla por la fuerza, sino que se esfuerza en construir consensos. Alguien que se comporta en todo momento con integridad moral, que responde siempre de sus actos y sus consecuencias, que reconoce los errores propios sin tratar de echar la culpa siempre a los demás, ya sean rivales o sus subordinados. Un líder político es alguien que no actúa en el vacío y es capaz, como explicó Max Weber, de encontrar un justo equilibrio entre la ética de convicción y la de responsabilidad. Porque, la política, dijo también ese sociólogo, se hace con la cabeza y no con otras partes del cuerpo.

¿Cómo no reflexionar sobre todo eso cuando vemos lo que ocurre, no ya solo desde las últimas elecciones, sino desde mucho antes, en nuestro país: la incomprensible terquedad y las continuas descalificaciones de unos, la hipocresía de otros, y la incapacidad de todos para el compromiso?

¿Piensan esos políticos en algún momento en quienes los votaron y pagan sus sueldos para que los representen con dignidad? ¿Es esa la clase política que nos merecemos los españoles?