Uno se va haciendo mayor y le cuesta entender el signo de los tiempos. El historiador hispano británico Felipe Fernández-Armesto, hijo de aquel gran testigo del Blitz que firmaba con el pseudónimo de Augusto Assía, lo decía en una entrevista a propósito del Brexit. No lo entiende. Le parece algo tan irracional y contrario al espíritu de la Historia que es incapaz de explicárselo. El pasado se puede analizar mejor, pero el presente, como dice Fernández-Armento, nos conduce a un estado constante de perplejidad.

A mí me pasa, por ejemplo, con esa nueva tendencia infantil de la política nacional inspirada en el peronismo que consiste en consultar a la militancia cuando se trata de tomar decisiones que afectan a todos, como es un supuesto gobierno de coalición de España, y se desprecia, a la vez, la voluntad que emana de las urnas desoyendo su mandato y trapicheando aquí y allá con los votos de la forma en que sucede desde hace un par ese meses.

Tampoco entiendo la empatía del candidato que aspira a ser investido ganándose la confianza de los adversarios y arremete contra todos ellos, a la vez que les pide un compromiso de consenso para superar el bloqueo. En cualquier orden de la vida, excepto por lo que se ve en la política, si alguien pretende ganarse la confianza de los otros, además de convencerlos de que su proyecto es el adecuado debe adoptar un tono persuasivo y dialogante. En principio con todos, luego ya se irá viendo con quienes merece la pena hablar y con quienes no.

Pero puede que la vida sea perplejidad.