El bipartidismo PP/PSOE con un PCE/IU testimonial y dos minorías nacionalistas aún no desquiciadas fue durante tres décadas el asiento estable de nuestra democracia. El PP representó a todo el centro derecha español con éxito en los tres niveles de poder y casi lo mismo acreditó el PSOE en el centro izquierda. Así funcionó el sistema, con fluidez y estabilidad sobradas en el interior y en el concierto internacional. Hubo excesos y errores, claro, pero sobre ambos partidos recayó la tarea de consolidar la democracia española en sus primeros 30 años de vida y lo hicieron bien. Sus dirigentes y votantes con un gran bagaje de relativismo, pragmatismo y moderación aprendido en la república, la guerra, la dictadura, la cárcel o en casa, cedieron mucho y pactaron la Transición y la Constitución. Un doble éxito. La crisis, la corrupción, el nacionalismo independentista y unos dirigentes nacidos en democracia han alterado el panorama en los últimos años. C's y Vox han debilitado al PP y Podemos al PSOE. La fragmentación y el multipartidismo han empeorado el sistema: elecciones en 2015, en 2016 y en 2019, investiduras fallidas, gobiernos inestables, también en autonomías y ayuntamientos y fuertes turbulencias por el disparate independentista. Tres años largos de inestabilidad son la aportación de la fragmentación y el multipartidismo que, además de a motivaciones racionalmente explicables, responden al abandono del relativismo, del pragmatismo y la moderación por parte de los nuevos dirigentes y de sectores de un electorado entregado, iluso e intransigente, al optimismo de la voluntad y al culto a la inmediatez.

La democracia constitucional no consiente absolutos en la vida pública salvo el de la ley como principio rector y para eso susceptible de sustitución. La democracia relativiza y modera los objetivos, los valores políticos, las actitudes y los comportamientos sometiéndolos al pragmatismo de lo posible, de los acuerdos y las cesiones, de los límites materiales y temporales. No hay derechos ni aspiraciones absolutos e ilimitables. Ni logros en veinticuatro horas. La realidad impone las minúsculas donde escribimos Libertad, Igualdad, Autonomía, Pluralismo o Soberanía.

Ahora millones de votantes exigen soluciones rotundas e inmediatas a problemas complejos y los tres nuevos partidos les escuchan y alientan. Podemos lo quiere todo y ya. Sí se puede es su absurdo lema. C's abandera la intransigencia con la corrupción, con los nacionalismos, con Vox o con Sánchez. A Rivera le llama Carreras adolescente caprichoso por no pactar con Sánchez, bien, pero qué le llamamos por querer los votos de Vox sin dirigirles la palabra. Vox clama por la España eterna, la tradición y la uniformidad. Sin componendas. Los nacionalistas renovados han pasado, exigentes, arrogantes e ilusos, de la independencia al banquillo. Y, en fin, Sánchez, ensoberbecido y errático, pasa del no es no a Rajoy a dificultar al máximo los pactos con Podemos y a exigir la abstención de PP y C's sin dar nada a cambio. Los nuevos dirigentes no saben pactar porque carecen del bagaje de sus predecesores y así andamos con investiduras, la de Sánchez y otras varias, en el aire y gobiernos cogidos con alfileres. Me quedo con el bipartidismo de los dos veteranos. El PP ha pagado por la corrupción y Casado madura buscando unos pactos a tres con pragmatismo y recordando lo importante. El PP es, sin duda, la fuerza central y centradora del centro derecha y el PSOE a pesar de Sánchez, vuelta la burra al trigo con la murga de la reforma constitucional, recupera posiciones. Ir a elecciones en noviembre no es lo mejor pero si con ellas el bipartidismo se recupera avanzaremos hacia la normalidad.