La política española se ha convertido en un entretenido juego de cartas. Es un juego novedoso propiciado por el reparto de poder parlamentario entre cinco formaciones de ámbito nacional. Dos de centroderecha (PP y Ciudadanos), dos de centroizquierda (PSOE y Podemos) y una de extrema derecha (Vox). Todo el mundo sabe que en cualquier modalidad de juego de cartas son necesarios, por lo menos, cuatro jugadores, para que podamos iniciar una partida que merezca la pena. Menos de eso es conformarse con una triste brisca entre dos o, todavía peor, con un solitario, una modalidad de juego propicia a las trampas y al autoengaño. "Hace trampas hasta en un solitario", suele decirse despectivamente de los malos jugadores. En el sistema que surgió en la Transición de la dictadura franquista a la monarquía parlamentaria se favoreció descaradamente el bipartidismo para dejar atrás la inicial y caótica sopa de letras de los micropartidos. Fue una explosión pirotécnica de entusiasmo democrático que duró lo justo hasta que se asentó el nuevo edificio constitucional apuntalado con abundante dinero. El bloque de derechas, o de centroderecha, estuvo formado inicialmente por la UCD de Suárez (por cierto, el último secretario general del Movimiento) y por la AP de Manuel Fraga, que había sido ministro de la dictadura. Y el bloque de izquierdas, o de centroizquierda, por el PSOE renovado de Felipe González, que se deshizo del PSOE histórico de Llopis, y el PCE de Santiago Carrillo, que acabó deshaciéndose de sí mismo. Luego, andando los años, la AP de Fraga fagocitó a la UCD y el PSOE hizo lo propio con buena parte del PCE aunque en este caso la digestión fue más lenta. Una vez aclarado el panorama, el bipartidismo se consolidó con sucesivas mayorías absolutas y cuando no las alcanzaba por poco echaba mano de los nacionalistas vascos y catalanes que siempre sacaban ventaja del pacto. El predominio de tantos años desembocó, como era de temer, en una oleada de prácticas corruptas y en la consiguiente desilusión entre el electorado. Y entonces se dio el fenómeno del 15-M, una reacción popular que descolocó en un primer momento a la clase política consolidada. La efervescencia democrática no fue a más pero no por eso dejó de producir algunos efectos. Entre otros, la aparición en escena de nuevos partidos políticos como Ciudadanos y Vox en la derecha y Podemos en la izquierda. Ahora aspira a presidir el Gobierno el socialista Pedro Sánchez que al estar en minoría debe de contar, entre otros, con el apoyo de Podemos que es su socio preferente. Un socio coyuntural porque al tiempo que apoya quiere disputarle parte de su electorado, lo que produce algunos equívocos. Por ejemplo, al atribuirse el señor Iglesias la paternidad de algunas medidas sociales pactadas en el rechazado proyecto de presupuestos. O la gira que hizo el mismo Iglesias para recabar apoyo de los independentistas catalanes y de los nacionalistas vascos en una función que pareció más de vicepresidente de Gobierno en la sombra que de fiable socio parlamentario. Un papel que, por cierto, ya recabó para sí en un momento anterior cuando Sánchez se postuló, sin éxito, para la presidencia del Ejecutivo con el apoyo explícito de Ciudadanos. Así está la partida.

PD.- El que suscribe se toma unos días de asueto. Hay que dejar descansar a los lectores.