Quisiera rendir homenaje desde estas páginas a las cuatro valientes congresistas de color, todas ellas demócratas, que se han atrevido a plantar cara a un presidente que se ha convertido en un auténtico oprobio para el país que presume de liderar el "mundo libre".

¿No dice su himno que EEUU es "la tierra de los libres y hogar de los valientes"? Pues esas cuatro mujeres, Ithan Omar, Alexandria Ocasio-Cortez, Rashida Tlaib y Ayanna Pressley, han hecho con su comportamiento honor a esas palabras, pisoteadas diariamente por Donald Trump.

Un presidente autoritario y xenófobo que parece encarnar lo peor de Norteamérica: el profundo racismo de alguno de sus predecesores en la Casa Blanca como Andrew Jackson y la demagogia manipuladora del senador Joseph McCarthy, todo ello unido a una egolatría que no conoce el sentido del ridículo.

Que el primer mandatario de un país hecho por inmigrantes „y él mismo y su familia son un claro ejemplo„ se permita invitar a las cuatro congresistas a volverse a sus países de origen - solo una de ellas, Ilhan Omar, nació por cierto fuera- si no les gusta, como parece, EEUU es de una indignidad que debería avergonzar a todos los ciudadanos.

Y ante todo a esos correligionarios suyos que, ya sea por coincidir con él, ya por oportunismo o por temor a perder su favor, se negaron en el Congreso de EEUU a condenar unos tuits y unas declaraciones que denotan una ideología claramente supremacista.

El misógino Trump acusó a las cuatro congresistas de "odiar" a su país y, añadió, a Israel, cuando el único que parece odiar lo que representa, al menos idealmente, EEUU „la mezcolanza de religiones y de razas„ es el propio presidente.

Lo que parece indignar especialmente a Trump son las denuncias que han hecho las cuatro legisladoras demócratas del estado de cosas en el país que aman: por ejemplo, el hecho de que EEUU sea, pese a su riqueza, un país tremendamente injusto y entre los menos igualitarios del mundo desarrollado.

Si de algo debería sentirse orgulloso en cualquier caso los norteamericanos es, por ejemplo, de que una pobre inmigrante como Omar, nacida en Somalia y que emigró con su familia primero a Kenia y luego a EEUU, haya podido con sus esfuerzos y los de su familia convertirse en la congresista más joven del país.

Le gusta contar a esa congresista cómo, antes de emigrar a EEUU, vio con los suyos un documental que presentaba a ese país como un idilio de paz y de igualdad y que, al llegar a Nueva York, sufrió un shock al comprobar que aquélla no era la América que les habían prometido.

Pero no se amilanó: con 17 años, Omar obtuvo la nacionalidad estadounidense, a los 28 terminó sus estudios de ciencias políticas, a los 34 logró un escaño en el Parlamento de Minnesota, donde había una importante diáspora somalí, y con 36 llegó al Congreso de Washington.

"Soy la esperanza de América y la pesadilla de Trump", afirmó la joven legisladora en una entrevista que le hicieron recientemente por televisión. Esas palabras las tiene, según cuentan, enmarcadas en una pared de su despacho de congresista. Esperemos que tenga razón y que no triunfe Trump en su objetivo de dividir al Partido Demócrata y polarizar al país con su estrategia racista.