El individualismo ha ampliado el catálogo de motivos colectivos de indignación en un arco iris ideológico que va desde denunciar la ausencia de escritoras en un certamen literario en Perú hasta maldecir la presencia de emigrantes en los servicios sociales de Lepe, pasando por pedir que Ridley Scott haga aparecer en su última película a Kevin Spacey „ya sin cargos de abuso sexual„ como lo hizo desaparecer en la anterior. Como al individualismo colectivo que se hace respetar le dan igual las buenas causas que las ideas bobas, acabará consiguiendo respeto para el terraplanismo en la universidad.

Esos individualismos colectivos „que coinciden con nichos de mercado económico y electoral„ ocupan tiempo y dan quehacer. Los gobiernos encuentran más soluciones para solucionarlos, porque se pueden aliviar con política gestual, cambiar con una ley que traspasa todo al ciudadano e integrar poniendo a una figura de referencia al frente un departamento con poco presupuesto y mucha propaganda. Mientras tanto, nombrar desajustes e injusticias propias del sistema suena a demagogia y, si se pronuncia en alto ante un grupo, a populismo.

La realidad no para de crear una demagogia de datos objetivos que no necesita retórica. Lo que gana un joven recién contratado y lo que paga por un piso de alquiler en una ciudad es un ejemplo. Parecería que en una sociedad sana un joven preparado que encuentra un trabajo, con lo que escasea, debería poder independizarse. Pues, no. Y como el sistema está bien, nadie tiene la culpa: ni el empresario por pagar tan poco, ni el trabajador por cobrar tan poco, ni un arrendador por llevarse el 90%. Es lo que vale cada cosa: poco el trabajo, mucho la vivienda. Es el mercado. Hazte un tatuaje.