En París, en el Museo de Orsay, están cambiando los títulos de las pinturas cuando afectan a esa corrección que todo papanatas honrado debe observar: así, no se puede hablar de "negra" aunque quien sale en el cuadro sea una señora con ese magnífico color de piel en todo su cuerpo glorioso ya que se está reviviendo un pasado, el colonial, que es preciso enterrar, declararlo como no puesto en el lienzo de la Historia.

Ya veremos qué pasa con los moros de Fortuny, los sátiros, las mujeres desnudas o haciendo vainica y no digamos con los toros de Goya, Manet, Picasso, Gutiérrez Solana, Vázquez Díaz, Zuloaga, Darío de Regoyos y tantos otros... Por si se olvida hay toda una tradición en la cerámica, procedente de la Grecia clásica, que incorpora figuras negras a los vasos, ánforas y demás. También estas piezas antiguas están necesitando una limpieza y una acomodación urgente a los dictados de esas gentes cuyos cerebros se hallan en un punto cercano a la textura del fiambre.

Es decir que los puristas perseguidores de todo lo que se mueva en el mundo de la creación y no se ajuste a su entendimiento tienen trabajo por delante.

Pues cuando se acabe con la pintura se debe empezar con la literatura, un espacio donde anidan las peores herejías ya que son legión los seres con la mente corcovada que han empuñado la pluma.

Por de pronto, los pacifistas han de ir borrando las referencias a la guerra desde la de Troya a las Galias, las Cruzadas o Walter Scott... librándose únicamente la obra de Tolstoi porque el viejo astuto, previendo lo que podía pasar, incluyó la palabra "paz" y eso le salva.

¿Cómo habíamos estado tanto tiempo con legañas en los ojos o con las pasiones atolondradas para no percibir tanta pestilencia en el mundo de barbarie que se conoce insolentemente como el de la cultura?

Todo lo que hay de violencia en los libros debe ser erradicado para que pueda ondear, al soplo del amor y las flores, la bandera pacífica en el pórtico de la historia de la poesía, de la escultura, de la música...

¡Ah, la música! ¿Cuánto tiempo nos queda para poder seguir viendo el Cosí fan tutte mozartiano? Una obra donde a lo largo de casi tres horas no se dicen más que barbaridades sobre los comportamientos femeninos. Pues ¿qué decir del aria que se canta en Las bodas de Fígaro del mismo autor vienés en el que se moteja a las mujeres como caprichosas, frívolas, superficiales... ¿Y de la donna é movile del Rigoletto o el Elisir ... de Donizetti donde se asegura que la "mujer es un animal verdaderamente extravagante"?

Y así podríamos seguir hasta conocer las mayores destemplanzas.

Propongo que, junto a las cátedras de historia del arte o de literatura, concebidas al modo tradicional, existan otras donde se proceda a la limpieza de toda sustancia contaminante que pueda afectar a los relatos de los nuevos evangelistas (pacifismo, feminismo, ecologismo, etc.). Y así, de la misma manera que se enseña la teología católica con otras que predican el credo protestante u otros más peregrinos aún si cabe, deben convivir las enseñanzas impregnadas de belicismo o machismo con aquellas que han abrazado la causa de la limpieza y la decencia, aquellas donde brotan torrentes de dignidad hacia los seres humanos y donde se aspiran hervores compasivos y decorosos. Todo para evitar las prácticas nazis consistentes en dejar extramuros del mundo a todo el arte calificado como "degenerado" y llevar a sus cultivadores a vivir una vida al aire libre de los campos.

Nos espera al fin un mundo almibarado, aromado con los más logrados inciensos, epicentro de las virtudes, alhajado con esa verdad que, galante y coqueta, merecemos el castigo de encontrar.