En su periplo institucional, la alcaldesa de La Coruña cumplimentó al titular de la Xunta, acto previsible y muy útil, tanto para el conocimiento personal, como para enunciar los problemas de nuestra ciudad, hablar con sinceridad y afrontar cualquier diferencia o disconformidad con la altura de miras que predispone al entendimiento. A tales instancias, hay que llevar el mejor equipaje, y que primen la conciencia en orden y la paz a mano. Feijóo es un excelente conversador, huye de cualquier mentalidad de entretiempo y si, a veces, considera única la conciencia propia, nunca ha sido un pastorcillo arrodillado ante el belén del poder. Nuestra alcaldesa tuvo ocasión de explayarse de los temas coruñeses, algunos crónicos, con la convicción personal de que La Coruña es su única razón de ser políticamente y que habrá de salvar los dictados, sobre todo los partidarios, que intenten imponerle la ideología como fuente de poder; en política, hay algo superior cuando sus actores, de vez en cuando, piensan. En el populismo, se advierten determinados dirigentes que basan su estrategia en que lo que tiene éxito es bueno, sin importarles el costo, que sale del bolsillo del ciudadano, y el éxito, también resultado, justifica la máscara del liderazgo. Doña Inés, "a las cosas", como aconseja el símil orteguiano y active toda su voluntad, capacidades y recursos, para dar respuesta equilibrada a las necesidades del vecindario.

En la política regional no abundan políticos sobresalientes, que superen la diatriba parlamentaria, cuando se enfrentan al titular de la Xunta, siempre provisto de buena información para explicar sus argumentos. La oposición a coro, en lugar de ofrecer alternativas, proclaman como eslogan "hay que echar a Feijóo". A la vida parlamentaria se incorpora el líder socialista don Gonzalo Caballero, sobrino del poderoso don Abel, que no se distingue por su finura política. En el ámbito nacional, en las señales de TVE y de las analógicas se respira un ambiente preelectoral y postureo. Hay personajes de primera línea que son proclives a contemplarse en el azogue de la superficialidad. Es decir, de figurines declinan en figurones.